Han pasado varios días y, sin embargo, todavía no he podido salir del asombro que me ha causado la demostración de erudición filosófica, versación histórica y audacia científica de que han hecho gala tres connotados integrantes de la ‘revolución ciudadana’. El dictador de Carondelet, como no podía ser de otra manera, desde su alta tribuna sabatina, ha dado el ejemplo. La prensa ha informado que ha hecho, probablemente después de complejas y reflexivas lecturas, una cita de Trasímaco, que, según Platón, habría afirmado, con incuestionable orientación autocrática, que “lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte… Cada gobierno establece las leyes según lo que a él le conviene…”
La cita es reveladora. Trasímaco -así lo describe Platón- era intolerante, irascible y sarcástico. En ‘La República’ relató que, siendo incapaz de respetar los argumentos ajenos, “perdió por completo la calma, ,y contrayéndose en sí mismo como una fiera, se vino hacia nosotros como para despedazarnos”. Era conocido como hábil engañador y como manipulador de las leyes. Pero nuestro sabio dictador, acostumbrado a contar sólo lo que le conviene, olvidó que Sócrates, en el mismo texto platónico, luego de refutar a Trasímaco en un largo diálogo, concluyó lo contrario: que “todo gobierno, en cuanto gobierno, no considera otro bien que el del súbdito y el del gobernado, tanto si es público como privado…”
En la Asamblea, centro de sabiduría y lucidez, de dignidad e independencia, de espíritu democrático, nos ha surgido, desde las sombras del anonimato, un eximio historiador. Ha afirmado, con la anuencia admirativa de ese ilustrado órgano legislativo, sin la más mínima dosis de rubor, que Ernesto Guevara murió luchando (fue asesinado en 1967) contra el ‘neoliberalismo’ de Margaret Thatcher (llegó al poder en 1979) y la ‘revolución conservadora’ de Ronald Reagan (fue elegido en 1980). Ha creado un nuevo método de análisis y de interpretación histórica, el ‘disparate cronológico’, también conocido como ‘revoltijo mental’, que arroja al tacho de basura las anticuadas teorías de un tal Karl Marx.
Otro personaje de Carondelet, difuso e indefinible, casi subrepticio, acostumbrado a moverse sigilosamente tras bastidores, tal vez después de acuciosas investigaciones y arduos experimentos, ha descubierto que la corrupción es genética. Esta sorprendente revelación científica tendrá invalorables aplicaciones prácticas: en el futuro, los gobiernos, para erradicar la corrupción, prohibirán, por decreto presidencial, la reproducción de los corruptos. Es admirable. Yo, con estos plausibles resultados, anhelo fervientemente que sus investigaciones continúen para que algún día nos aclare si la camaleónica capacidad para la adaptación política, para el adulo y el servilismo también es genética.