En estos tiempos de incertidumbres, como calificara el filósofo Édgar Morin, en “Los siete saberes necesarios para una educación del futuro”, nada más oportuno conversar sobre la filosofía que ha dividido a los seres humanos en dos bandos: en los que piensan como filósofos e intentan explicarla y practicarla, y los que la niegan por teórica e innecesaria. Filosofías y fobosofías disputan el frágil mundo del pensamiento contemporáneo dominado por las tecnologías.
La filosofía es “el conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano”. Uno de los propósitos esenciales de la filosofía es la búsqueda de la verdad, entendida como “la concordancia que existe entre lo que se dice, piensa y cree, y lo real”; es decir, la verdad equivale a lo cierto, de lo que no se puede dudar. La duda metódica es un método y principio para llegar a una base de conocimiento evidente, desde donde partir y cómo fundamentar otros conocimientos del mundo, según René Descartes.
Pero vayamos al punto. Las corrientes filosóficas impregnaron, de alguna manera, la historia del mundo, en sus diferentes épocas, desde la antigüedad hasta nuestros días. La filosofía es invención del espíritu griego, mientras la sabiduría oriental es esencialmente religiosa. Los griegos indagaron los primeros principios y causas de las cosas, y pretendieron la búsqueda de una forma de vida más humana, más racional y más feliz. No está condicionada por una verdad revelada o dogmas religiosos, sino por el anhelo de saber qué hay más allá de las apariencias y encontrar la clave de una buena vida. Filosofar es un acto de libertad y de crítica frente a la tradición, las costumbres y cualquier creencia comúnmente aceptada.
La vigencia del pensamiento griego está inmersa en la vida cotidiana, en las leyes y normas que inspiraron la cultura de Occidente, y en las prácticas sociales que diseminaron esos saberes. El método inicial fue la observación de la naturaleza -el agua, el aire, el fuego y la tierra-, y más tarde, con Sócrates, Platón y Aristóteles, nació una ciencia maravillosa -la Lógica-, que hizo posible el pensamiento racional.
Para unos el estudio de la Lógica es un tormento y decadente; para otros una luz y un poder para construir las ciencias y la investigación. En esa línea de pensamiento sería interesante volver a los clásicos y conocer las filosofías por sus frutos, para encontrar sentido a nuestras vidas, como sugiriera Viktor Frankl.
La filosofía de lo común se convierte, entonces, en un antídoto para no refugiarnos en los miedos y la desesperanza. Buscar un mínimo de racionalidad y recuperar las emociones perdidas en el holocausto de nuestras historias personales. Y encontrar tonalidades como los colores del arco iris, y no encerrarnos en los extremismos -blanco y negro-, que han radicalizado nuestros dolores.
La propuesta central de este ensayo es no vivir enjaulados en ideas postizas y recurrentes, sino optar por la liberación de nuestros pensamientos y sentimientos que yacen adormecidos. ¡Dejemos que la imaginación se descontrole, porque todo es posible… Todavía!