La fiesta vigilada

Un rasgo típico de los gobiernos autoritarios es que creen –por lo menos de boca para afuera– que construyen sociedades felices y perfectas. Irónicamente, esta clase de regímenes justifica sus políticas autoritarias en nombre de principios éticos y de la formación de una serie de comportamientos que supuestamente producirán seres humanos mejores y más sonrientes.

Recuerdo, por ejemplo, que el tristemente célebre ministro del Interior nicaragüense, Tomás Borge, –quien hasta ahora sigue enquistado en el poder– no tuvo empacho en autoproclamarse ‘velador de la alegría del pueblo’. ¿Cómo puede un funcionario que controla la política y la seguridad hacer feliz a alguien?

La respuesta tal vez la tenga Antonio José Ponte, autor de ‘La fiesta vigilada’, un libro de ensayos pulcramente escritos que disecciona la filosofía cínica del régimen de Fidel Castro. Cuba es un paraíso, reza la publicidad oficial. A pesar de cualquier posible penuria, aquí toda la gente es feliz. Canta, baila, ríe y ama su situación personal porque sabe que está siendo parte de algo más grande e importante: la construcción de una sociedad más justa y solidaria que será ejemplo para toda la humanidad hasta el fin de los tiempos.

Pero esta fiesta es posible porque es vigilada. Es que detrás de ese aparente jolgorio que no cesa jamás hay un gigantesco aparato de control y espionaje que dicta no solo quién debe divertirse, sino además cuándo y cómo. Desde un omnímodo y todopoderoso aparato estatal se fijan las reglas de la fiesta y quien no tenga el buen gusto de obedecer aquellas políticas estará condenado a no festejar en su vida.

El libro de Ponte también nos sirve para entender estos días de fiesta en Quito. A diferencia de otros años, ahora se respira un aire de pesadez en el ambiente. Las corridas de toros –que antes eran el centro de los festejos de la ciudad y motivo de celebración en todos los estratos sociales– se han convertido ahora en fuente de división y conflicto.

Se promueve, desde el Estado, una actitud intolerante hacia quienes gustamos de la fiesta brava, sobre la base de supuestos principios más importantes o superiores. Este régimen quiere cambiar nuestros gustos y tradiciones, la forma cómo festejamos a nuestra ciudad. ¿Por qué? Porque también quiere imponer una fiesta vigilada; quiere indicarnos cómo, con quién y por qué festejar.

Ningún valor ético, moral o estético puede ser impuesto. Las personas asumimos libre y voluntariamente aquellos valores porque vemos que nos sirven para vivir mejor. Si las corridas de toros han sobrevivido hasta ahora es porque hay algo en nuestra condición humana que nos lleva a participar en el rito de la lidia y muerte de un animal tan extraordinario como el toro.

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