La festividad de Purim que comienza el próximo miércoles 7 de marzo al anochecer, es una de las más alegres del calendario judío. Recuerda cómo en la antigua Persia un Rey muy poderoso llamado Ajashevrosh asesorado por un malvado ministro llamado Amàn, decidieron exterminar la comunidad judía local solo por el hecho de ser judíos y tener prácticas religiosas diferentes. Al saberse la noticia, la reina Esther, quien tenía orígenes judíos, salió en defensa de su pueblo y alertando al Rey sobre las malas intenciones de Amán, salvó a la comunidad judía del lugar. La historia de Purim habla sobre discriminación, sobre la intolerancia y la ceguera espiritual que asalta el corazón a aquellos que no pueden soportar la idea que el mundo está rodeado de matices ideológicos y religiosos. No es todo blanco o negro. Los absolutos y los extremos son ajenos al espíritu de la fiesta. Purim hace un llamado a abrir nuestro espíritu a favor de consolidar cada cual sus tradiciones pero aprendiendo de los demás y respetando las diferentes prácticas, ideas y religiones con las que D-s nutrió al mundo. Una de las tradiciones más esperadas especialmente por los niños en esta fiesta es la de disfrazarse. Los niños, especialmente, se visten con ropas alegóricas a los personajes de la festividad y alegran de esta manera el festejo. Pero los disfraces no dejan de ofrecer un tono profundo más allá de la burla momentánea. Los disfraces nos sumergen en el anonimato. Para eso sirve una máscara. Para que nadie pueda descubrirme. Para, tras el anonimato, poder hacer y deshacer lo que sin máscara no me atrevería.
Pero los disfraces tienen sus inconvenientes. Muchas veces se nos quedan adheridos al espíritu más de lo que debería. En todo el año portamos disfraces. Queremos ocultarnos de nuestras responsabilidades sociales y comunitarias, queremos pasar desapercibidos en nuestras obligaciones como seres humanos y ciudadanos.
Nos ponemos una máscara cuando vemos el sufrimiento del prójimo y nos desentendemos de su situación. Nos disfrazamos para escapar y que la realidad no nos exija compromiso.
Por eso los disfraces en la festividad. No solo para burlarse del malvado Amán sino para aprender que solo ese y solo ese es el día para ponérselo. El resto de la semana nuestro espíritu debe estar limpio, transparente y libre de máscaras. El mal sobreviene cuando nuestro espíritu se oscurece con el uso constante de disfraces.
Cuando nos mentimos a nosotros mismos al pensar que a nuestro alrededor nada sucede que deba comprometernos.
Purim nos enseña a usar el disfraz una sola vez, en la fiesta. Pero nos obliga a quitárnoslo durante el resto del año, para lograr la transparencia y la integridad que la sociedad necesita.