Planeo resistir hasta el final. Tengo la intención –cuchillo entre los dientes y escarbando trincheras a uña partida- de aferrarme al libro hasta que mi capricho sea tecnológicamente posible, hasta que deje de existir el papel si fuera del caso, hasta que haya escasez planetaria de tinta, hasta que los escritores se conviertan en robots. Pienso agazaparme tras los muros, hacer labores de inteligencia, tener reuniones del más alto nivel, golpear las puertas de las más encumbradas esferas del poder, al estilo de Adriano gracias a la pluma de Yourcenar: “Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera”.
Tengo proyectado continuar mis frecuentes visitas a las librerías de esta alicaída y plúmbea ciudad (y de otras igual o más decadentes y plomizas mientras no haya restricciones de viaje, como en otras revoluciones progresistas) sentarme a hablar con personas de carne y hueso, recibir recomendaciones y sugerencias de parte de humanos sin tecnología androide, continuar con mis rutinas y mis mañas de despiste y confusión, como esconder los libros que me interesan en las secciones equivocadas, mezclar las novelas con los libros de cocina, algún ensayo entre los siempre populares volúmenes de autoayuda u ocultar un tomo de historia entreverado discretamente entre los manuales sobre espiritualidad. Todo esto para que nadie más pueda comprar o siquiera mirar los libros que a mí me gustan. Aquí es donde el artículo le da sentido al título: de acuerdo con los más encumbrados expertos vieneses el fetichismo es un trastorno mental que consiste en el apego exagerado a las cosas materiales. Por suerte está asociado con la neurosis, condición preexistente y diagnosticada oportunamente.
Entiendo (no me malinterpreten) las ventajas del mundo digital: descargar cosas en vez de comprarlas, no levantarse de la silla, no cargar bolsas ni pesados fardos y también tener toda la información del mundo a la mano, pero en este caso tengo que suscribir las ideas del gran Proust respecto de los efectos de inmediación entre el texto físico y su autor y en cuanto al entusiasmo por los libros “…como toda pasión, está ligada a una predilección por todo aquello que rodea su objeto, que tiene alguna relación con él y se comunica con él incluso en su ausencia.”
Así que, con sinceridad y amor propio, reconozco modestamente mi perturbación, declaro que soy un elemento de peligro para la sociedad, por fin pido ayuda a facultativos y galenos, solicito tratamientos y electroshocks si lo consideran necesario. ¿Alguien, por favor, puede apagar la luz? Es que me molesta el resplandor. Dios le pague.