Fervores periodísticos

Me pregunta una reportera esmeraldeña si es ético que los periodistas locales defiendan los intereses de la provincia en el conflicto que vive La Concordia.

La inquietud puede trasladarse a otro escenario: ¿es ético que los periodistas deportivos de un país defiendan los intereses de su selección nacional de fútbol o del club más popular de su ciudad?

O a otro, más complejo: ¿es ético que los periodistas de un país defiendan los intereses de su gobierno y su Ejército en una guerra con otra nación?

Hay que tener mucho cuidado con las respuestas. Porque estas no pueden, de ninguna manera, estar atravesadas de patrioterismos, civismos mal entendidos o nacionalismos irresponsables.

Antes de cualquier respuesta, inclusive, es imprescindible una reflexión serena, sensata, equilibrada y justa.

El punto central de esa reflexión no puede ser otro que el de discernir esos supuestos o reales intereses que tocaría defender.

La primera cuestión es conocer de qué se tratan esos intereses, a quién favorecen, a quién perjudican, quién saca partido, quién se afianza.

La segunda cuestión es hasta qué punto el periodista que defiende intereses (sean cuales fueren) toma partido por una ideología, por un proyecto partidista, por una estrategia económica, por unos afanes expansionistas, por unas tácticas perversas y maliciosas para acumular poder.

La tercera es cuestionarse si el periodista debe asumir como suyas las líneas maestras trazadas desde los poderes.

La cuarta, consecuencia directa de la tercera, es tener claro que el poder no solamente es político-gubernamental sino económico (privado o estatal), sindical, mediático, militar, religioso, gremial, deportivo, local...

Por eso, muchas veces los periodistas caemos en esas trampas.

Como resultado de un sistemático y bien medido discurso que persuade a la mayoría de que lo que pertenece a ese poder pertenece a la sociedad, los periodistas nos asumimos como parte de ese poder, de esa pertenencia y de esa sociedad que ve en peligro ‘los intereses colectivos’ o que aspira a victorias que consoliden esos presuntos intereses colectivos.

El riesgo más grave para nosotros, en este tipo de circunstancias, es llegar a convertir en periodismo (en supuesto periodismo) la ceguera del entusiasmo popular (no necesariamente legítimo) o la presión psicológica de una masa atrapada en las redes de inflamados discursos chauvinistas.

A la reportera esmeraldeña no le doy respuestas, porque estas debe encontrarlas ella misma.

Le aconsejo, eso sí, que analice cuáles son los intereses detrás del discurso militante y apasionado por mantener La Concordia en territorio provincial.

Y le sugiero que cuente a sus colegas -por si no lo saben o lo han olvidado- que los fervores periodísticos no son buenos consejeros.

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