Fervor por lo estatal
100 años de su nacimiento, el autor del Ogro Filantrópico, aquel mexicano universal que dibujó con nitidez la manera de entender y reflexionar sobre el entorno desde su condición de latinoamericano, que abrió el cauce para que otros ensayistas siguieran su línea y plasmaran la idea de la trascendencia del ser y hacer, impregnada por esta característica especial que nos hace interpretar la realidad a nuestro modo, producto de ese bagaje mezclado entre lo autóctono y lo mestizo, Octavio Paz vería cómo ese Leviatán llamado Estado, que advirtió pretendería controlar a los individuos, inmiscuyéndose en sus vidas particulares, en sus gustos, asistido por una tecnología que el autor no alcanzó a conocer, de la simple ficción, pasó a convertirse en una realidad aterradora.
Ayudado por un sentimiento que corroe a los latinoamericanos, que ven en el Estado aquella organización de la que pueden esperar soluciones a todas sus necesidades cotidianas, aun a condición de ceder sus libertades, ese ente amorfo que abarca quizás todo y cuya presencia es omnipresente en casi todos los ámbitos de la vida, está allí, manejado por diversos intereses y/o corrientes que puedan existir en el variopinto mapa político de Latinoamérica, controlando y dirigiendo nuestros destinos.
En la región, su presencia no es fruto de la casualidad. Es producto de un sentimiento profundamente arraigado en gran parte de la población que considera que esta forma de organización política es la llamada a brindar bienestar en forma directa, no simplemente a fomentar las condiciones en donde florezca la economía, se creen fuentes de empleo, se realice en forma permanente y sostenible una inclusión social que permita a todos formar y sentirse parte del grado de desarrollo y bienestar alcanzado.
De ninguna manera. El Estado es, en gran parte del imaginario colectivo, el hacedor de milagros. El que quita a los más favorecidos para afianzar fidelidades. El que dice y hace cómo tienen que realizarse las transacciones, lo que deben consumir los particulares, la manera en que ocuparán su tiempo libre, las carreras y los estudios que les serán más provechosas a los jóvenes.
En esta visión de nuevo ceño absolutista, todo debe ser dirigido por quienes constituyen la nomenclatura central. Los iluminados que consideran cuál debe ser el derrotero de la sociedad, la manera en que se realizarán necesariamente las personas, la forma como tienen que alcanzar el grado de felicidad que les corresponda. Cualquier disidencia es considerada perniciosa, un simple borrego apartado del redil. Puede ser considerado peligroso si se atreve a cuestionar las grandes directrices, no vaya a ser que otros piensen como aquel.
A veces las formas para mantener la cohesión no serán necesariamente las inducidas o sugeridas. En momentos habrá que hacer uso del garrote o de los escraches contra los enemigos, gusanos inconsecuentes que no aprecian el sacrificio que se hace por ellos. ¿Acaso no es una muestra lo que ahora sucede en tierra del Libertador?