Feroces irrespetuosos

Hoy amanecí feliz, había sol y ese cielo característico de Quito que igual, caprichoso, por la tarde se revolucionaría y lanzaría característico y sorpresivo chubasco. Me subí al auto y me di cuenta que haya o no pico y placa, el tráfico era el de siempre, atrancado e imposible a todas horas y en todo lugar. Así, he cambiado mi filosofía y respiro profundo, prendo la radio y me relajo; igual, sólo si tuviera helicóptero podría hacer un milagro y llegar más rápido. Me puse en el carril derecho, pegadita a la vereda, así estaría en el lado donde deberían ir los buses, pero es obvio que no van, ya ni para tomar pasajeros, cosa que hacen desde el centro, con toda tranquilidad poniendo en peligro a sus pasajeros, así que resignación y allá entre pilotos veloces y apurados que se entiendan.

En este estado de semicalmado, ¿quién se iba a imaginar que la ciudad ya no es ni de los autos, ni de los buses y taxis, sino de los motociclistas? Pasan por la derecha de la derecha, en los pocos centímetros que quedan entre los vehículos y la vereda y ¡a toda velocidad! ¡Vaya piruetas! Y si uno les cierra el paso, involuntariamente, digo, ocupando el carril de la derecha, sino le golpean el retrovisor, cosa que tampoco les importa, se suben al espacio de los peatones aprovechando de los desniveles de los parqueos y aceleran más para adelantar a la mayor cantidad de enemigos de cuatro ruedas sin importarles en lo más mínimo los de dos pies.

Son los únicos que van en contravía e igual, si se encuentran con uno más grande que ellos, toman la vía "emergente o preferencial" sólo para personas y, ahora, para los salvajes de dos ruedas. ¿Usar una direccional? Inimaginable. Sólo su apuro e irrespeto a vista y paciencia de todos los tipos de policías que tenemos hoy en día, que mientras chatean en sus teléfonos inteligentes, se las dan de tontos y ciegos.

En los grandes bulevares, recientemente creados para la comodidad de los habitantes y usados sabiamente, como museos al aire libre, los motociclistas ya hacen de las suyas, se apropiaron de estos espacios y las personas y los elementos de exposición son sólo juguetones obstáculos; así, tal cual, como niños pícaros y a toda velocidad. Tampoco aquí faltan policías, emparejados o de a tres, pasean admirando mujeres o conversando con sus acompañantes si las suerte les acompaña. Estos espacios son patrullados, digamos, paseados, por decenas de varias variedades de policías, quienes inmutables ven pasar a los magos de circo de las motos como una curiosidad más de la anarquía ciudadana.

¡Se han tomado las calles! Serpentean por entre automóviles en un libre albedrío que ya en ningún otro ámbito se vive en el país, ni expresarse se puede, a no ser que sea como el irrespeto a la ley vehicular, a los choferes de a cuatro llantas y sobre todo a los caminantes de a dos pies. ¿Habrá solución?

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