En estos tiempos que han empezado a agitarse con los primeros preparativos para las jornadas electorales del próximo año, los políticos de todas las tendencias, sin excluir ninguna, parecen haberse confabulado para maltratar nuestros oídos y nuestro sentido común con sus discursos cansinos, repetitivos y vacíos. Se trata de discursos que invocan cada día una serie de generalizaciones convertidas en muletillas publicitarias, con las cuales se pretende reemplazar las ideas que brillan por su ausencia. Y entre tales muletillas, no son pocos los sofismas que se reiteran dando prueba del confusionismo hoy dominante en todo el ámbito de una política agotada que ha desplazado ya a toda racionalidad.
Uno de esos sofismas consiste en diagnosticar la gravedad de la situación en que se encuentra nuestra economía, para proclamar luego, con la mayor desfachatez, que el interés primordial del presunto candidato (o de la suma de agrupaciones que lo auspician) consiste en resolver esa angustiosa situación, por lo cual se afirma que es necesario dejar de lado las ideologías.
No quisiera entrar en discusiones de orden conceptual: prefiero pensar en el caso de dos o tres médicos distintos que examinan a un enfermo grave. Como es obvio, no se trata de discurrir ante el paciente acerca de las bondades y limitaciones de una determinada escuela terapéutica: se trata de salvarlo. ¿Cómo hacerlo? Al decidir los tratamientos que convienen, cada uno de esos médicos pondrá en funcionamiento sus propias convicciones, y mientras el uno prescribe muchas yerbas, infusiones, jugos y brebajes, otro acudirá a los fármacos de laboratorio y quizá a la cirugía, y un tercero propondrá una dieta rigurosa acompañada de numerosos ejercicios, hidroterapia y piedras calentadas. Como es evidente, el resultado no será el mismo en cada caso. He ahí cómo, estando de acuerdo en el objetivo principal, las convicciones de cada uno le llevarán a elegir distintos tratamientos.
Este ejemplo (que a más de simple es simplón) se ajusta exactamente a la situación política. Si todos estamos de acuerdo en que es necesario reactivar nuestra economía y evitar las penurias que estamos pasando, debemos convenir en que existen distintas soluciones. No basta, en consecuencia, que cada político que ya se siente gobernante venga a decirnos que hay que resolver los problemas de nuestra economía: es necesario que nos digan cómo piensan hacerlo. El cómo depende, gústenos o no, de la ideología que cada uno profesa. Una es la solución de quienes creen que se debe precautelar los capitales porque de ellos dependen las fuentes de empleo, y otra es de los que creen que se debe privilegiar las necesidades básicas de los ciudadanos y poner límites al capital.
La ideología no es algo que podamos quitarnos como si fuera una camisa: es la representación mental del mundo que nos hemos formado lentamente, con ideas, desde luego, pero también con intereses, temores, aspiraciones y deseos.