La palabra olvidada

Economía, salud, inclusión social, gobernabilidad, empleo, impuestos, vivienda, inversión…: todas estas palabras, y otras que expresan significados colindantes con ellas, son las que estamos oyendo cada día en la boca de los candidatos finalistas, que son coreados por una legión de acompañantes, e interrogados o examinados por otra legión de periodistas y analistas. Todas esas palabras, con distintas resonancias, configuran lo que, con buena voluntad, podemos tomar como el plan de gobierno que cada candidato presenta a un electorado expectante. Pero hasta ahora nadie, que yo sepa, ha pronunciado la palabra cultura. Esta parece haber sido olvidada por candidatos, periodistas y analistas, y ningún ciudadano ha averiguado todavía cuál es la razón de este olvido.

Es evidente que las palabras mencionadas al comienzo apuntan a los problemas de mayor gravedad en la actual sociedad ecuatoriana; pero esto no significa que la cultura no tenga también implicaciones de indudable gravedad. Para empezar, en el tema de la cultura no está envuelto solamente el avatar de las artes y las letras, como algunos han creído, sino también un tema tan importante y complejo como el de la interculturalidad, cuyo parentesco con el tema de la inclusión social no necesita ser demostrado.

No quisiera creer que ninguna de las candidaturas finalistas ha establecido al menos las líneas esenciales de la política cultural que, quiéralo o no, deberá poner en práctica si llega a ser gobierno. ¿Continuará el proceso de sustituir la gestión autónoma de la cultura por una gestión estatal? Me parece que hacerlo valdría tanto como continuar la política de vigilar estrechamente el desempeño de losmedios de comunicación, puesto que en ambos casos lo que se encuentra en juego es la libertad de expresión. ¿O se dejará a la cultura librada a su propia suerte, abandonada por los poderes públicos y huérfana de instituciones autónomas capaces de brindarle el apoyo que merece? Pienso que entonces nuestra sociedad seguirá perdiendo aquello que puede darle coherencia sin restarle diversidad. En un sentido o en otro, la definición de una política cultural es imprescindible para presumir de un verdadero plan de gobierno, que no es lo mismo que un programa para la administración de una empresa.

Varias veces he expresado que la cultura y la política son dos dimensiones de un mismo esfuerzo que cada colectividad debe realizar para dar una forma concreta a su vida social. No entenderlo así acarrea, más tarde omás temprano, la reducción de la cultura a un lujo, a un adorno, a un aditamento que no integra el equipamiento indispensable de una sociedad para vivir; y significa también convertir la política en la lucha desaforada por obtener beneficios a costa de todos los demás. Los ecuatorianos hemos experimentado ambos desastres, y nuestra actual situación nos demuestra cuáles han sido las consecuencias de haberlos permitido. No vayamos nuevamente a caer en ese error. Es hora de exigir a ambos candidatos una definición clara sobre este tema olvidado.

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