Al disponerme a escribir estas líneas advierto que aparecerán el 15 de noviembre y decido aplazar el tema ya previsto: no puedo pasar por alto esta fecha memorable. Pero no quiero escribir una vez más lo que ya se ha repetido hasta el cansancio sobre el “bautismo de sangre de la clase obrera”. Hacerlo solo podría alimentar nuestra tendencia a magnificar el pasado para usarlo como una compensación o coartada del presente.
Pienso en el año 22, imagino el aspecto que entonces tenía la ribera del Guayas, veo sobre sus aguas las cruces arrojadas en memoria de los muertos y me sobrecoge la tristeza. No es la tristeza por muertos que no conocí: es la tristeza de ver que aquella escena se me presenta como la vaga leyenda de un pasado muy remoto, tan remoto que no tiene nada que ver con el presente.
En efecto, ¿qué queda hoy de las ideas, del coraje, de las ilusiones de 1922? En vez de ideas, propaganda; en lugar del coraje, acomodos; en lugar de ilusiones, intereses. La vieja convicción sobre la complementariedad entre el pensamiento y la acción, entre el Logos y la Praxis, entre la Razón y la Política, entre la Ilustración y la República, se ha desvanecido por completo. Hoy presenciamos el espectáculo de una política que se juega entre argucias abogadiles para fabricar “perseguidos” con la materia prima del delito; el anuncio de más deudas para llegar a diciembre; la noticia de que la universidad tendrá menos rentas; la ausencia de la clase obrera, reducida a un testarudo grupo de dirigentes que hemos visto envejecer desde su estreno en los años 70; la inepcia de una Asamblea que no nos representa y está hundida en el limbo a pesar de algunas buenas intenciones. Mientras tanto, los ciudadanos (esos que mañana serán buscados y ensalzados como el “noble pueblo ecuatoriano”) miran para otro lado, se aburren y se refugian en sus chats.
Una mezcla de mediocridad y desfachatez me confirma que hemos renunciado a la construcción de un discurso político coherente. Un inteligente columnista liberal descubre que la imaginaria democracia que vivimos se encuentra completamente sometida al dinero; los jóvenes que quieren vivir honestamente huyen de la política porque inevitablemente la asocian con la corrupción, y no les faltan motivos; un intelectual imaginativo renuncia a su columna en la prensa para no repetir lo que ya ha dicho a lo largo de treinta años, y felizmente dedica su talento a la literatura; los políticos se rasgan las vestiduras y dicen por enésima vez que transformarán la república, pero no saben que ya la han transformado en un albañal.
¿Para esto marcharon hacia la muerte aquellos obreros de 1922? ¿Para esto Gallegos Lara fijó sus cruces en el agua? ¿Quién es, en esta república de papel inventada en Montecristi, el que puede decir a boca llena que con su vida se ha hecho digno de aquellas muertes dolorosas?
Una brisa helada viene en la noche desde el Guayas. Solo al recordarlo me estremezco.