La jueza Sylvia Sánchez dispuso medidas cautelares para Fernando Alvarado, secretario de Comunicación y uno de los cercanos colaboradores de Rafael Correa: le prohibió salir del país, deberá presentarse cada 15 días a la autoridad y llevar grillete electrónico.
Las presuntas irregularidades en contratos por la producción de las sabatinas no es el más grave proceso judicial que enfrenta y por el cual se dictaron esas medidas; encara también las indagaciones por presunto lavado de activos: la Unidad de Análisis Financiero y Económico remitió a la Fiscalía un informe de operaciones inusuales e injustificadas en las cuentas bancarias de los hermanos Vinicio y Fernando Alvarado y sus familiares. También se le investiga por las millonarias pérdidas registradas en los canales incautados a los Isaías, TC Televisión y Gamavisión. Y existen más denuncias pendientes.
Desde el ático belga, Correa ha señalado que lo acontecido con Alvarado demuestra la destrucción del Estado de Derecho. ¿No resulta de una cínica audacia que hable de esa destrucción quien, declarándose jefe de todas las funciones, hizo pedazos el Estado de Derecho y actuó con arbitrariedad dictatorial para perseguir a sus opositores, poner mordazas a la libre expresión y destrozar las instituciones democráticas?
Cuando jueces y Cortes apenas empiezan a actuar con independencia, debemos esperar que prosiga la cirugía mayor contra la corrupción. Sin embargo, hay cuentas pendientes difíciles de cobrar. ¿Quién establecerá cuánto se gastó en publicidad? ¿Será posible auditar los contratos, sus términos y montos?
Ciertamente aquello es posible, pero no lo es saldar las cuentas de la destrucción de valores ciudadanos por obra del Estado de propaganda. En la década no se construyó ciudadanía: el mercadeo político reforzó las redes de fieles adeptos con cuñas publicitarias, el bombardeo incesante en radio, televisión, redes sociales y los medios al servicio del régimen, para convertir en verdad única las palabras del líder populista autoritario y en espectáculo de culto devoto las sabatinas.
La política sin un horizonte ideológico y ético llegó a su grado cero. A este daño contribuyó el Estado de propaganda. Mientras la democracia construye ciudadanía con el diálogo, el debate, la libre confrontación de ideas y la crítica, la propaganda privilegia monólogos como los de las sabatinas, difunde una sola versión de la realidad para ganar elecciones y perdurar en el poder.
Revalorizar la política y no reducirla a mercadeo resulta tarea tanto más necesaria cuanto se aproximan etapas electorales y se debe remontar el escepticismo y desconfianza en la política, que se ahondaron con el Estado de propaganda durante la década correísta. Urge poner grillete perpetuo a esa gobbeliana práctica política.