De fracaso en fracaso, el socialismo “realmente existente” ha cavado su propia tumba. Solo falta saber dónde se pondrá su lápida y quién escribirá su epitafio: ¿Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Cuba o Corea del Norte? De China ya no hay que hablar: su discurso comunista no logra ocultar que se ha enrumbado ya por otras vías. Del socialismo solo queda, por lo tanto, una nostalgia. Es la misma nostalgia que han dejado las grandes religiones después de la evasión de los dioses.
Porque el socialismo fue la gran religión laica que acogió a la mitad de la humanidad durante algo más de cien años. Una religión que tuvo su clero, sus pontífices y sus santos, sus textos sagrados y sus ritos. Una religión cuyos fieles corrieron la suerte de todos los creyentes: austeros y rodeados de la más envidiable grandeza cuando fueron perseguidos, supieron ser sibaritas o voraces en horas de triunfo. Dispuestos a cualquier sacrificio cuando fueron débiles, acunaron grandes corrupciones cuando fueron fuertes.
Pero que el socialismo se esté muriendo no significa que el aire en el mundo sea más liviano, liberado al fin de la pestilencia de sus últimas dictaduras. Después de enterrarlo, el mundo se verá a sí mismo y se encontrará vacío: ¿qué le ha quedado? ¿vivir el presente, es decir, el ultraliberalismo de Hayek y von Mises? Pero el ultraliberalismo tiene también todas las trazas de una religión laica. En nombre de la democracia y los derechos humanos ha librado sus propias cruzadas, encabezado por los Estados Unidos y secundado por Francia y Gran Bretaña, y ha descargado su furia sobre Iraq, Afganistán, Líbano y Siria. Lo ha hecho siguiendo las órdenes de gobernantes liberales, independientemente de que hayan constado en los registros demócratas o republicanos. (Edmundo Ribadeneira decía que la diferencia entre ellos es muy clara: los demócratas son unos republicanos menos antipáticos).
Nos dicen, sin embargo, que hay otra alternativaque nació de las mayores inteligencias de la modernidad, como Locke, Montesquieu, Adam Smith. O sea, la alternativa de volver al pasado, al liberalismo sin ultra, al “realmente existente”, que comenzó en la Revolución Francesa y se impuso en el mundo. Sí, se impuso: las guerras napoleónicas, y luego el colonialismo, tuvieron la finalidad de “hacer el bien” a la fuerza, para incorporar el mundo bárbaro a la gran civilización que comenzó en la Bastilla. Solo que en el trayecto hacia América se perdió la mitad del equipaje: apenas llegó la Libertad, y está allí, a la entrada de Nueva York, imperturbable. La igualdad y la fraternidad (esas que en el lenguaje actual se llamarían equidad y solidaridad) no llegaron, y la historia de nuestras repúblicas liberales es la historia de gigantescas desigualdades.
Por eso el socialismo volverá bajo la forma de la más bella utopía que toda la humanidad necesita siempre para poder vivir.