Si vemos los últimos comicios latinoamericanos hay una cosa que resalta: todos saben lo que no se quiere pero, no estamos seguros aún de lo que queremos en realidad. El voto castigo ha sido reiterado en varios países. En algunos contra los partidos tradicionales, las figuras gastadas, las estructuras conocidas .. en concreto contra quienes no han logrado que las cosas mejoren en lo económico, lo social y lo político. Vivimos en un subcontinente de grandes posibilidades pero de escasas oportunidades para la gente. Los niveles de frustración fuerzan a escoger candidatos de distintos pelajes que en nombre de castigar a los ‘corruptos’ terminan reproduciendo los mismos vicios contra los que se alzaron. Estamos caminando en círculos. Sabemos contra que nos estamos enfrentando, pero nos queda un largo camino por transitar en torno a los argumentos que puedan clarificar nuestra elección a favor de quienes generen progreso, desarrollo y prosperidad.
Nuestros países crecen a pesar del estado cuya retórica anti algo tiene que ubicarse muchas veces fuera del país o medrar de los logros económicos de sectores a los que habían perseguido con saña en tiempos opositores. Son tiempos buenos para la agricultura, la minería, la industria.. todos ellos en manos de quienes anteriormente eran los ‘latifundistas’, ‘burgueses’ o ‘enemigos de la sociedad’. Si vemos los indicadores de países como Paraguay donde la economía crece a un 13% en sectores como los de soja o ganadería es difícil explicar aún el discurso de Lugo y de sus ministros en renglones en los que había ubicado su discurso contrario al desarrollo y a los que había calificado solo de generador de miserias.
Esta abierta contradicción y a veces cinismo, debe hacernos retornar a la racionalidad del debate político y económico haciéndonos entender que no se puede repartir lo que no se acumula y que no hay formas de generación de empleo mayor que aquellos que puedan desarrollar las empresas privadas. El Estado ha probado con creces ser un mal administrador no por razones estrictamente económicas sino porque riñe contra su naturaleza que es la de vigilar, promover y distribuir los recursos de manera tal que la prosperidad de unos cuantos no se transforme en la pobreza de millones. Habría que analizar si el famoso ‘sistema’ que generó tanta inequidad en la región no ha sido sino producto de un claro automarginamiento del Estado que no habiendo cumplido su rol, posibilitó que la brecha entre ricos y pobres diera cabida al castigo que emergió de la mano de gobiernos populistas y demagógicos.
Nos queda además a futuro no votar contra algo sino a favor de quienes sean capaces no solo de corregir los errores sino también capaces de fortalecer el sistema democrático respaldando sus instituciones y valores.