‘Moneda al aire, sobre la novela y la crítica utilitaria’ es ensayo breve y sustancial de Leonardo Valencia. La moneda al aire, en nuestro mundo, solo puede caer, y no de canto: en el cara o cruz se halla la brevísima, eterna pregunta.
Leía ‘Fatiga’, de Francisco Febres Cordero, el querido Pájaro. Por segunda vez, porque, insensiblemente, había empezado ya una nueva lectura. (¿Dice Valencia en su ensayo que solo debe leerse un libro que merece ser releído?; no es hora de comprobarlo, aunque no cabe argüir que para constatar que un libro merece ser releído debamos haberlo leído entero; con cierta práctica lectora, a partir de las primeras páginas, comprobamos que la novela merece o no, esa segunda lectura.
La perspectiva afirmativa nos abre al libro como esperanza o propósito, aunque no siempre podamos darnos el lujo de releerlo.
Sobre ‘Fatiga’, no me pregunté: Lo leí y lo releo; no podía dejar de seguir el ritmo claro y nuestro del estilo desplegado en cada personaje, apropiado a recuerdos, situaciones, experiencias; inteligentemente adecuado a modos, ambientes, escenarios: él, viejo maestro viudo, que tiene como aficiones casi secretas los toros y el box, y como íntima tragedia, un insoportable sentido del ridículo; Olimpia, la empleada doméstica; Laura, la bonita hija divorciada, que lleva en secreto para su padre, su adhesión a una política infausta. La narración intercala la palabra del narrador omnisciente con la frecuente introspección, en monólogos en los que se interiorizan el maestro, la empleada, la hija; todo, en escritura precisa, sintética casi hasta la desnudez. Me he adentrado en ella, reconociéndome, negándome, indignándome, compadeciendo, admirando… Aprendemos del viejo maestro, de sus arrepentimientos, complejos y carencias; de su religiosidad torcida y atormentada; de su sentimiento de culpa por cuant
o dejó de hacer, por cuando hizo, reconociendo el mundo, el nuestro o el ajeno –pues comprender lo ajeno es comprender lo propio-.
El viejo inicia insensiblemente su interiorización a partir de recuerdos de infancia y adolescencia, teñidos de una religiosidad que lo sume en la culpa; evoca circunstancias vergonzantes de su madurez, cuando algo de lo vivido evidencia otra vez, para sí mismo, su antiguo desliz, su ridiculez; entre los recuerdos intercala, a modo de redención, el sueño de escribir una nueva obra. Olimpia, la empleada doméstica, ve, comprende en su mundo elemental los caracteres del maestro, de Martha, la esposa, de Laura, la hija. Cualquiera de estos personajes o cada uno por sí son como el espejo de nuestro mundo, reino de la mediocridad y el vacío, narrados con veraz economía idiomática. Entre todo esto, intuimos cierto sabor tierno, poético, casi invisible en una vida como tantas.
¿Cómo no repetir sobre ‘Fatiga’, el epígrafe que Valencia puso a su precioso ensayo: “No hay nada de escandaloso…, simplemente, una sentimental historia de amor”? Sí. Aquí, en el fondo, solo ‘una sentimental historia de amor’…