El estrecho resultado de los comicios de Venezuela se corresponde entre otras muchas explicaciones, a una clara muestra de agotamiento del sistema. El pueblo luego de tanta bulla observa que sus condiciones de vida no han mejorado, que los que lo invocan de manera reiterada y ruidosa no han disminuido la criminalidad y además: la economía empeora cada día. No es suficiente invocar a los espíritus cuando la vida cotidiana les demuestra que la lucha no es entre los oligarcas y el pueblo sino entre un Gobierno incompetente y la realidad. El pueblo comienza a abrir los ojos y se espanta de la burbuja en la que le han vivido por obra y gracia de una representación a la que el libreto se le está quedando corto o para precisarlo en términos mecánicos: la maquinaria muestra claras manifestaciones de fatiga.
El discurso desgastado e histriónico no alcanza a sepultar la realidad en la que viven millones de seres humanos a los que la vida ni las oportunidades en ella han sido mejoradas por las políticas públicas. Han pasado más de 10 años y lo que antes era una “justa repartija de las riquezas nacionales”, hoy la inflación y la ineptitud gubernamental se la han llevado como raudales después de una lluvia de agravios y de insultos. Maduro requiere una profunda autocrítica del sistema. No es suficiente con recordar a Chávez en forma de picaresca burda sino en mostrarse ante su pueblo como un Mandatario capaz de conciliar posiciones entre sectores cada vez más antagónicos y beligerantes donde con claridad se observa cómo la oposición está a tiro de alcanzar el poder. No podrá gobernar en el sexenio que se viene sin conciliar ni conceder. Totalmente contrario a la cultura autoritaria y desacreditante sobre la que su antecesor había construido su plataforma política. Hoy cambian las cosas… o le harán cambiar a la fuerza.
Con claridad el mensaje también traspasa Venezuela. El divertimento fascista y autoritario con que se han revestido otros gobiernos en la región es insostenible en el tiempo con la misma incompetencia habitual. Es casi improbable que el Mandatario electo en comicios donde el aparato demostró claros signos de fatiga, se avenga a un cambio de conducta tan fácil. Hacerlo le sacará poder interno y no hacerlo… también. No existe margen más que buscar conflictos internos o externos para intentar abroquelar sus fuerzas y posponer el debate interior que con claridad en los comicios del domingo pasado ha enviado un mensaje inequívoco: estamos cansados de lo mismo.
Los líderes que no entiendan el lenguaje en las urnas como muestra de hastío solo prolongaran la agonía no solo de sus gobiernos sino algo peor: del pueblo con el que se han llenado la boca de manera reiterada en los últimos años. O cambian o lo cambian. Ese ha sido el mensaje de más de 7 millones de venezolanos que ha retumbado en toda América Latina. ¿Escucharán los líderes o se harán de los sordos?