Está en boca de todos. Con el fin de hacer un aporte cívico al debate he decidido compartir con ustedes –si quieren verlo como un agasajo navideño, por favor háganlo- unas pequeñas y breves notas históricas sobre el fascismo.
Un matiz, para arrancar. Si bien puede haber variaciones del fascismo, la doctrina normalmente les reconoce ciertas características comunes. Por ejemplo, la reverencia y la importancia de la autoridad. En el fascismo tiene que existir autoridad, se la debe respetar y reverenciar a tal punto que la autoridad sea el centro de gravedad de todo el sistema político y, de ser posible, de la vida misma de los ciudadanos. Starace, el ministro de propaganda de Mussolini, acuñó una frase utilísima para este propósito: “A un hombre y a un hombre solamente debe serle permitido dominar las noticias todos los días y los otros deben sentirse orgullosos de servirlo en silencio”. Así, todo interés individual debe supeditarse al Estado. La vida privada del individuo no existe: el Estado tiene el derecho a saberlo todo, a controlarlo todo y a regularlo todo. El Estado debe inundar al individuo con su propaganda, como explica Carlos Taibo: “Los regímenes fascistas se dotaron de formidables aparatos cuyo objetivo no era otro que ensalzar la figura del líder y reforzar la identificación, en su persona, de condiciones extraordinarias –el carisma- que en última instancia explicaban la obediencia ciega que se exigía a la población”. El líder, claro, ha de ser infalible. Una frase clásica italiana es “Il Duce ha sempre ragione”. La propaganda, además, tiene que ensalzar una visión predominantemente masculina de las relaciones políticas: valentía versus cobardía, verdad contra mentira, la patria versus la traición. Para lograrlo, el aparato debe estar “fundado en el control de la información y de los medios de comunicación de masas”, como argumenta Edda Saccomani.
Solamente puede existir, en la práctica, un partido político de masas organizado jerárquicamente. El discurso debe girar alrededor de la lucha (eterna) de los países pobres contra los países ricos y contra las potencias plutocráticas.
Todo lo anterior debe estar acompañado, por supuesto, de altos grados de dirigismo estatal en la economía, aunque siga existiendo el sector privado.
En este mismo sentido el líder debe ser el partido, el Gobierno debe ser el partido y el partido debe ser el Estado.
El resultado lógico de esta operación – si es que existe la lógica en este caso- es que vivir fuera del partido y no reconocer al líder es vivir en el error.
Pero no se preocupen, esto es puramente una especulación académica. Que duerman bien.