En el Diccionario de la Real Academia existe una acepción para definir al farol: “envite falso hecho para desorientar o atemorizar”. Por tanto, en el póquer, es más que aquella lucecita que alumbró los amores en el siglo pasado hasta que el avance tecnológico, lo echó todo a perder. Es una de las estratagemas mas seductoras y peligrosas que consiste en que un jugador, con mala suerte en una ronda, simule seguridad para apurar apuestas o presionar a que los otros desistan de la contienda. El farol es aplaudido y a la vez repudiado por la cuota de cinismo que involucra en su ensayo, pretensión o engaño. Sin embargo, en la política tiene otras connotaciones .
Esta práctica tunante, por ejemplo, es válida para interpretar a la política colombiana de nuestros días. No se entiende, a primera vista, el arte culinario de Álvaro Uribe para dejar desarreglada la mesa internacional a su ex ministro de defensa y presidente electo bajo su ancha manga electoral; pues, a pocas semanas del cambio de mando, ha producido un remezón internacional cuyas explosivas repercusiones aún son de pronóstico reservado.
Uribe, sin mayor pudor, ratificó la estrategia unilateral de Angostura contra el Ecuador lo que implica una injuria repetida y no olvidada. Provocó y arrinconó a Chávez hasta con pruebas de archivo, pero de indudables efectos internacionales . A la diplomacia ecuatoriana, de antiguo prestigio, la desnudó en una mezcla de torpeza e impericia que hizo uno de los daños históricos más espantosos, no por la ruta que es soberana, sino por el tino. El embajador ante la OEA, que era a su vez por turno, el presidente del Consejo Permanente, evidenció el pésimo ejercicio de nuestra cancillería que, simultáneamente, es anfitrión del nuevo gobierno colombiano.Para los que no lo comprenden el intríngulis, no fue un acto de Maquiavelo sino de Moliere.
De acertar en esta macabra suposición, Juan Manuel Santos llega a una mesa internacional limpia no desarreglada como se suponía. Tiene que proteger sus dos fronteras. Con sutilezas con Ecuador pues tiene acciones comunes como la lucha contra el narcotráfico. En cuanto a Venezuela, a pesar de los esfuerzos diplomáticos continentales, debe recordarse que la historia se marca por acciones y no por discursos. Fidel Castro fue un consistente provocador y descalificador, pero jamás fue un bufón como el loco de los llanos donde nació la independencia de América. Álvaro Uribe, a su vez, se la juega a ser Perón y que Santos sea Cámpora y se equivoca pues existen muchas fosas de ciudadanos civiles que deben ser aclaradas por mérito de la democracia colombiana. En estas circunstancias, ambos -Uribe y Santos- deben considerar que los pueblos no son tan cretinos como algunas cancillerías que los representan; además, que la paz llega más fácil con el diálogo y no por la victoria. La historia de Centroamérica es lúcida en este aspecto.