Los militantes del correísmo sostienen que sus líderes se encuentran bajo un intenso ataque judicial por sus ideas. Afirman que se debe a que Correa y Glas son ‘progresistas’, que esa persecución califica para ’lawfare’, una guerra jurídica de la que son víctimas políticos como Lula o Kirchner. El arma para destruirlos es supuestamente el derecho.
Manejarán este discurso sin importar los hechos concretos, porque les brinda una defensa con una perspectiva histórica, les blinda frente a los resultados de los juicios, permite a sus seguidores, y a ellos mismo, mantener un relato que les acerca -en su imaginación- a los grandes luchadores por los derechos de los pueblos, les aleja de los corruptos y tramposos, les protege del juicio histórico y les deja abierta la puerta para un regreso triunfal cuando las circunstancias políticas se modifiquen.
Se sabe que frente a esta estrategia de comunicación poco importan los hechos, las evidencias, lo relevante son las imágenes, los relatos que se forme en el gran público.
El estado ecuatoriano, y los demás estados involucrados, solo tienen una vía para enfrentar esta campaña, asegurar -como debería hacerlo a toda persona- juicios rodeados de garantías, a cargo de jueces independientes y fiscales profesionales que lleven las causas con objetividad. Un primer paso es terminar con la transitoriedad del Fiscal y del Consejo de la Judicatura, emprender en evaluaciones a jueces y fiscales y asegurar que permanezcan en sus puestos quienes no tienen vínculos políticos y pueden hacer su trabajo adecuadamente.
En estas campañas poco importa la verdad, la coherencia o un mínimo de rigurosidad intelectual, las acciones son valoradas por su impacto en la opinión pública.
Lo del ‘lawfare’ puede resultar incluso creíble, pero la afirmación de que los ex funcionarios y simpatizantes del correísmo son víctimas de un delito de lesa humanidad raya en el absurdo, debe ser entendido como una ofensa para la memoria de las víctimas de graves crímenes contra los derechos humanos.
El Estatuto de Roma es resultado de un proceso que duró muchos años, que se inició con las atrocidades del nazismo, que tuvo un primer avance con el Tribunal de Núremberg donde se juzgó a varios criminales de guerra, marcando el fin de esa idea de que la soberanía era una carta blanca para tratar a sus nacionales de cualquier forma. Fue el germen del actual sistema internacional de protección de los DD.HH., un uso baladí de estos conceptos, comparando la situación actual con lo sucedido durante el nazismo permite entender el nivel ético de quienes usan el engaño para defenderse.
Para cualquier persona que le interese entender por qué debe indignarse por la banalización de los delitos de lesa humanidad le recomiendo leer el increíble libro de Philippe Sands ‘Calle Este-Oeste’, sentirán repulsa de aquellos que se comparan con las víctimas de graves violaciones a los derechos. Todo tiene un límite, y estas personas lo superaron.