Las consecuencias de lo sucedido en estos días se sentirán a medida que pase el tiempo; saldremos de esto con heridas difíciles de curar, con divisiones sociales y políticas aún más profundas. En tiempos de radicalismos, pedir sensatez y equilibrio puede ser interpretado por los que alimentan el maniqueísmo como signo de debilidad, sin embargo en momentos de convulsión debemos hacer una lectura serena de lo que nos trajo hasta aquí, de lo que sucedió y de los caminos que deberemos transitar en adelante si queremos un mañana como país. No hay respuestas simples, no hay opciones sin costos políticos, sociales, económicos.
El Ecuador es un país diverso, nuestro pluralismo y heterogeneidad nos enriquece, pero no todo se puede explicar y justificar en su nombre. Debemos aprender a convivir en el mismo espacio y tiempo personas con diversas maneras de ver y entender el mundo, pero para ello es imperioso consensuar y respetar unos mínimos que no se pueden usar o rechazar a conveniencia.
Debemos evitar todo intento de interpretación simplificada de lo sucedido, ni todas las acciones en nombre de la protesta son legítimas, ni todas las intervenciones de las fuerzas del orden son aceptables. Los excesos se dieron, los abusos no son aceptables en caso alguno. El Estado, y sus agentes, al tener en sus manos la posibilidad del uso de la fuerza, tenían el deber de extremar las medidas para evitar los abusos y cuando éstos se producen, es deber de la máxima autoridad investigar y sancionar a los responsables. La sociedad en su conjunto tiene derecho a saber la verdad y exigir que se haga justicia y se repare los daños.
En el contexto de las movilizaciones y del paro se dieron actos delincuenciales. La mayoría de quienes participaban en las protestas lo hacían de forma legítima, pacífica y amparados plenamente por un derecho. Es imposible negar que varios grupos aprovecharon del contexto para causar daño, en estos días se ha cometido más de un delito, las víctimas de esas acciones también tienen derecho a que se identifique a los responsables y estos sean sancionados. La justicia selectiva no es una vía aceptable.
Durante años he defendido el valor de los derechos humanos, de su integralidad, de la necesidad de superar el altruismo selectivo, ese que hace que algunas personas se indignen y protesten cuando el abuso lo sufren quienes consideran los suyos, sin importar cuando ‘otros’ son las víctimas. En una sociedad marcada por la desconfianza y profundamente fragmentada debemos defender el sentido de nuestra humanidad, dolernos por todos, aceptar esa diversidad y negarnos absolutamente a mirar el mundo con los ojos de los radicalismos que eliminan todo matiz y niegan todo a los que no concuerdan con sus ideas. Hay quienes festejan el caos y el abuso, no caigamos en ese juego que nos quita la esperanza y la paz y no ayudará a encarar el futuro y sus múltiples desafíos.