Muchas explicaciones se han intentado sobre el claro incumplimiento de disposiciones básicas destinadas a evitar el contagio del virus, en particular aquellas relacionadas a la movilidad, las aglomeraciones y el aislamiento social. Cuando llegue el tiempo de las evaluaciones un factor central de lo sucedido, sin duda, será la actitud inicial de muchos líderes políticos y de comunicación, en particular en Guayaquil, quienes llamaron a seguir llevando la vida con normalidad. Sin embargo, es difícil explicar la reacción posterior de los que salían sin necesidad cuando el riesgo era claro y el discurso público cambió.
Cuando pasan cosas difíciles de entender racionalmente recuerdo un pequeño libro, del que ya hablé en esta columna, llamado “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”, escrito por Carlo Cipolla, historiador económico que sostiene que “una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana” es la estupidez.
Cipolla describe cuatro tipos de comportamiento, ninguno presente en estado puro, los individuos podemos ser incautos, inteligentes, estúpidos y malvados. Una clasificación que responde a la forma en que cada acción u omisión contribuyen a que obtengamos beneficios o pérdidas (no sólo económicas) para nosotros mismos y los demás. Esto lo hace a partir de estudiar algo obvio, en nuestra vida la interacción con otros es inevitable y siempre nos impactará. Para este autor una persona inteligente es quien con su acción se beneficia y beneficia a los demás; un incauto es aquel que beneficia a los demás a costo de perjudicarse a sí mismo; un malvado es el que perjudica a los otros para poder obtener un beneficio; un estúpido el que perjudica a los demás y se perjudica con sus acciones y omisiones, se daña y daña.
Las “leyes fundamentales” de la estupidez marcan que siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo; la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida, es independiente de cualquier otra característica de la misma persona; las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de la gente estúpida, constantemente olvidan de que en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia tratar y/o asociarse con individuos estúpidos constituye un error costoso; la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa.
Existe un número constante de individuos estúpidos, no se trata de una ciudad o del origen, educación o posición social, la estupidez está distribuida en todo lado; sin embargo, en estos días se han mostrado como un grupo de malvados, que tratando de obtener réditos políticos de la crisis contribuyen a la desinformación y al miedo, deberían ser aislados como portadores de un virus. El país necesita un acuerdo mínimo para enfrentar la situación y prepararnos para lo que viene, no entenderlo es clara muestra de estupidez o de maldad.