Todos los días en las redes sociales y medios de comunicación podemos presenciar el cruce de acusaciones y agravios. Corruptos y corruptores, acusados y acusadores cambian de roles con facilidad, mientras descargan toda su impudicia y desvergüenza, convirtiendo a las redes y medios en el escenario de disputa de antiguos compañeros políticos y militantes de la misma causa.
La estrategia de los señalados por prácticas corruptas, tráfico de influencias, aprovechamiento de información privilegiada, es desacreditar al denunciante, poner en duda su credibilidad personal y todo lo que dice. El “tú eres más corrupto” es la frase más recurrente en la política actual, una práctica que tiene un efecto social perverso porque, ante la falta de acusaciones formales o sentencias en firme en los cientos de casos que se denuncian, el resultado es una suerte de naturalización de la corrupción, una generalización de la idea de que así debe ser la función pública y que el aprovechamiento para fines particulares de lo público es parte del cargo o la función.
El menos corrupto, el que hace más obra –a pesar de que se aprovecha de forma indebida de los recursos públicos, se convierte en la mejor opción política. En la era del “todos roban” el menos ladrón es el mejor.
Es claro, no toda persona que ocupa o ejerce un cargo público es corrupta o tiene prácticas corruptas, pero el continuo intercambio de acusaciones ha instalado esta percepción en el imaginario social. Mientras esto sucede, el “líder” ausente aprovecha esta sensación de desorden e incertidumbre, la idea de que estamos viviendo en una suerte de país fallido, sin futuro, dicen los más pesimistas.
Cada vez hay más personas que añoran un pasado reciente de autoritarismo, intolerancia, sobreprecios, contratos a dedo y corrupción, pero con obras, orden y estabilidad, dicen.
La crisis económica, el impacto de los recientes despidos, una sensación de desorden, de debilidad institucional por el incumplimiento de mínimos como seguridad ciudadana, justicia, protección de derechos, dibuja para muchos jóvenes un país sin futuro del que hay que salir, del que se debe huir.
Asumo una mirada optimista, espero que en las próximas semanas contaremos con nueva fiscalía en proceso de reorganización y cumplimiento de sus obligaciones como institución clave en la persecución de los corruptos; el Consejo de la Judicatura debe evaluar a la Corte Nacional de Justicia, abriendo paso a la reorganización necesaria del sistema de justicia ecuatoriano; que la Corte Constitucional actuará de forma independiente y honesta; y, los corruptos de nuestro pasado reciente serán sancionados de forma adecuada. Confío en que los candidatos de la corrupción y el autoritarismo perderán de forma amplia en las próximas elecciones, enterrando las pretensiones de regreso al poder. Lo sé, parece improbable que todo esto suceda, pero en nuestro país todo es posible.