Si algo tiene de interesante el avance tecnológico es presentarnos, casi en tiempo real, a las personas en su verdadera dimensión. La condición humana, en su vasta extensión, nunca ha estado de tal manera sujeta al escrutinio público. En el mundo contemporáneo ya no hace falta acudir al relato o análisis de un tercero, influido por su particular dosis de subjetivismo, para formarnos una idea sobre cualquier personaje. Basta con recurrir a cualquier dispositivo electrónico para encontrar sus declaraciones u opiniones, para sin filtro de ninguna naturaleza escuchar con sus propias palabras sus pronunciamientos sobre determinados temas; y, a partir de allí, establecer una relación de cercanía o distancia con los mensajes emitidos. Lo que nunca estuvo en el cálculo de los que construyen las imágenes de los personajes públicos es que las nuevas herramientas nos permiten verlos sin disfraz, evitando que se pueda editar y edulcorar sus perfiles para observarlos tal como son. Y realmente existen motivos para escandalizarse al constatar como los pueblos depositan su confianza en verdaderos fanfarrones, la mayoría de veces con unos egos infinitos que consideran que pueden hacer o decir lo que les venga en gana sin acordarse que representan a sus naciones y que la carga de sus palabras tiene un distinto alcance que el de las personas sencillas. De allí se desprenden serios recelos, a veces lo suficientemente fundados, sobre el destino de unas relaciones internacionales cada vez más imbricadas que se hallan sujetas en algunos casos a los humores de sujetos que en un estudio sicológico demostraría que no están en condiciones de manejar el cúmulo de responsabilidades en sus manos.
Pero lo pueblos se sienten a momentos fascinados con el ascenso de estos personajes. Los totalitarismos encumbraron a líderes que estaban muy cerca de la paranoia y que para desalojarlos del poder fue necesario combatirlos en guerras cruentas que provocaron millones de muertos. Si ventajosamente el mundo aprendió la lección, no dejan de existir reediciones a menor escala que han ocasionado desastres humanitarios a título de reivindicación de nacionalismos caducos, lo que ha provocado tensiones en el orden internacional.
Los otros desvaríos han estado protagonizados por esas hordas de todo signo politizadas hasta el tuétano que, por imponer una determinada ideología, no se han detenido en adoptar medidas que en plena modernidad han impuesto a sus ciudadanos verdaderas condiciones de sometimiento.
Si alguna ventaja existe actualmente es que a la misma velocidad con la que llegan a la cima, sus excesos y actitudes estrafalarias los convierten en una caricatura y su imagen termina por los suelos. Pasan a convertirse en los bufones de la fiesta a los se les presta atención por instantes pero que luego son una molestia por su impertinencia.
La propia sociedad que los encumbró se encarga de rechazarlos y colocarlos en el lugar que les corresponde, como el recuerdo que todos quieren borrarlo.
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