La familia es idealizada; imposible poner en duda las ideas adquiridas sobre ella. Pero es un fenómeno social que el tiempo y el contexto lo cambian. No es la misma en todas partes, pero este núcleo social primario y decisivo en la vida de una persona, transmite pertenencia, identidad, ideas para definir y saber qué es qué en sociedad, el sentido eventual de hechos, acciones y comunicaciones. Por eso la familia ha sido la principal trasmisora de valores, visiones y comportamientos sobre la política. En Europa y EEUU ha transmitido tendencias partidarias o ideológicas, lo que conviene o no en política; esa politización de los hijos que se enriquece con sus propias definiciones y experiencias.
Un estudio reciente realizado en Quito, sin embargo, nos muestra que este rol de la familia no parece tener la misma importancia para todos. Sólo en 43% de las familias habría cumplido este rol de transferir sus visiones políticas. Es un cambio de este rol de la familia. Pero, mientras en los sectores medios pesa el colegio, no así en el más pobre. Hay un vacío que lo llena la TV. Al momento de definir su opción electoral, 17% de las personas lo hacen, entre otros procesos, con conversaciones familiares. En cambio, es la televisión la que más pesa para decidir, la gente así lo dice, mientras los otros medios pesan menos, periódicos o radio. Pero suma hecha, la prensa es la que más pesa (43%).
Sin embargo, la TV pesa menos a medida que suben los ingresos. La televisión pesa más en los más pobres, y al contrario, los periódicos cuentan más en el estrato medio alto que es más instruido. Esta situación que simplificadamente sería más pobre igual más TV; y más educación menos TV, nos permite ver que el estrato popular decide con menos información y su opción tendería a ser mucho más emocional que racional. Y esta situación adquiere cuanto más importancia, que la familia no cumplió con su rol anterior de ofrecer cierta politización racional de base sino ante todo opciones emocionales sobre la política. Como cualquier fenómeno social, pesa en un momento dado, no porque se define ese momento sino precisamente por lo que fue o no antes y que en el presente sobresalen sus implicaciones o consecuencias. Entonces, la abierta disputa en el escenario público para controlar la TV y hacer de ella el medio de transmisión de ideas políticas, tiene en la herencia del pasado terreno fértil que no cambiará mañana, a menos que los hechos muestren que lo que las emociones construyen no tiene coherencia y que la razón gane deslegitimando la credibilidad de ese cajoncito de imágenes, vuelto el centro de mesa en las familias. La TV se ganó el espacio no cumplido por la familia y ahora quiere ganarse a la familia misma; y unos quieren hacerle todavía más emocional que racional. Crea más obediencia, menos deliberación.