La ignorancia de las ordenanzas metropolitanas aumenta la inseguridad ciudadana. El caos en el diseño y la construcción de aceras y veredas es otro factor de riesgo.
El país se ha convertido, sin eufemismos, en un Prometeo al que todos los días los buitres le comen las vísceras y le llenan de “sangre, dolor y lágrimas”.
Sus ciudades parecen endebles barcas al garete, asaltadas por manos criminales que buscan su total destrucción ante la inacción estatal que, por varias razones, solo ha dado palos de ciego.Y aunque la situación está para asustar hasta al mismísimo Thor, las urbes tienen aún más complicaciones. Otras dos son la falta de civismo y la ignorancia urbana de sus residentes.
Quito es un ejemplo. Un botón basta de muestra: el caótico tratamiento que se da a las veredas, parterres, parques comunales, pasos peatonales…
Lo de las aceras, como dice una famosa publicidad, no tiene precio. Ni medida. Ni previsión… Ni nada. Hay barrios enteros donde parecen montañas rusas, pues los propietarios de los inmuebles las han arreglado a su “imagen y semejanza”.
La cosa es parecida en norte, sur, este y oeste: las veredas son remedos y parecen trampas porque están rotas o las han convertido en exageradas rampas diseñadas para guardar vehículos. Las gradas antifuncionales que conectan las casas con las calzadas también son incontables.
No queda más que bajarse a la calzada y asumir otro riesgo: que los “conscientes” conductores quiteños nos borren del mapa. Claro, estas barreras urbanas aumentan la inseguridad pues entorpecen la circulación del transeúnte y aumentan su indefensión ante los osados criminales. Para las personas con discapacidades estas aceras son verdaderos cepos mortales.
Esto se da no por falta de reglamentos sino porque la ciudadanía se encarga de romperlos sin ningún cargo de conciencia. La Ordenanza Metropolitana No. 0282 tiene normas muy claras sobre su construcción y mantenimiento… pero el Municipio no tiene el personal, la logística ni la voluntad suficientes para controlar este mal urbano.