El fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos a favor de Emilio Palacio y del Diario El Universo nos recordó momentos muy tristes para la libertad de expresión.
Y también revivió una interrogante sobre el correísmo: ¿por qué tuvo ese gobierno una reacción tan violenta contra un artículo que, a pesar de estar bien escrito, tampoco era una obra de arte y hasta pudo haber pasado desapercibido?
En otras palabras, ¿por qué le molestó tanto esa crítica, mientras que ignoró otras? Aquí una hipótesis: lo que más le dolió a Correa no fue que Palacio lo acuse de indultar mulas del narcotráfico (se enorgullece de eso), ni que hable de sus vínculos con invasores de tierras o que niegue la existencia de un intento de golpe de Estado el 30S.
Lo que realmente le preocupó al presidente fue la insinuación de que se había cometido un crimen de lesa humanidad.
Palacio dijo que se podía enjuiciar a Correa, “por haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente” y recordó que ese crimen no prescribe. Eso es lo que desató la furia del gobernante y la persecución contra Palacio y El Universo.
Lo que buscaba Correa era callar cualquier “mala idea” de cómo hacerle pagar, incluso muchos años después, por sus acciones.
Los grandes perseguidos en esos años no fueron los que criticaron (criticamos) la pésima política económica cuya factura seguimos pagando. Tampoco se persiguió a quienes notaron su desastrosa política exterior cercana a Irán, Cuba y Venezuela o a quienes dijeron que estaba destruyendo la educación. Esos temas no le interesaban.
Los grandes perseguidos fueron los que ponían en peligro su cómodo retiro de expresidente revelando la corrupción (que tampoco prescribe) o la lesa humanidad. Nunca le importó ser un mal presidente, lo único que le importaba era tener tranquila jubilación expresidencial.