El tratadista de la lógica, Irving Copi, dice que una falacia es un tipo de argumentación realizada en base a uno o más razonamientos erróneos. En ocasiones tales argumentos son de tal naturaleza equívocos que no engañan a nadie, pero otras resultan psicológicamente persuasivos.
El tema Yasuní, desde su origen, ha estado plagado de falacias. La llamada iniciativa Yasuní nació como una variante de lo que la teoría denomina la “apelación a la fuerza”, esto es un sui géneris razonamiento bajo el cual el Ecuador solicitaba a la comunidad internacional importantes sumas de dinero a cambio de no explotar sus campos petroleros del ITT. Para este propósito se utilizó el argumento falaz de la conservación contra el riesgo evidente de su destrucción.
Posteriormente, tras el fracaso previsible de la iniciativa referida, y enterados de que “el mundo nos había fallado”, se anunció la explotación petrolera en el área protegida para que los ingresos económicos obtenidos sean destinados a la inversión social de los sectores más vulnerables del país.
Pero ¿es esta la causa real de la decisión? O, quizá estamos escuchando la falacia de la causa falsa, es decir aquella que nace del error de tomar como causa de un efecto algo que no es real o, al menos, no del todo.
Tras las múltiples voces en contra de la explotación petrolera en el Yasuní, se utiliza a diario la falacia ofensiva, aquella que se comete cuando, en lugar de refutar la verdad de lo que se afirma, se ataca a quien hace la afirmación. Así se dice que ahora defienden al Yasuní los noveleros, neoliberales, vencidos, corruptos y varios aprovechadores circunstanciales que no distinguirían un bosque primario de una majestuosa torre petrolera.
Y las falacias continúan pues, invocando al pueblo con la falacia emocional, se amenaza desde distintos sectores con una consulta para decidir el destino del Yasuní. Aparece entonces la falacia de la pregunta compleja. Se oyen rumores de que tal pregunta sería algo como: ¿estaría usted de acuerdo con la explotación responsable y sustentable del Yasuní para que los ingresos económicos de esta explotación sean destinados a los más vulnerables y erradicar de este modo la miseria en el Ecuador? Las premisas de la falacia que seguirá, la de la audacia, ya flotan en el ambiente: la primera asegura que si los asambleístas toman valor y, obsecuentes, levantan la mano aprobando la explotación en contra de lo dispuesto por el artículo 57 de la Constitución, serían responsables del eventual delito de etnocidio. La segunda, en cambio, se inclinaría por convocar a consulta popular para blindarse de algún modo ante el reclamo y juzgamiento de las generaciones futuras, esas que, como conclusión, no verán al Yasuní ni tampoco un centavo del dinero de ese petróleo.