Mucha gente considera que la peor herencia de este Gobierno será la polarización social, algo que tomará lustros corregir. Sin embargo, un legado más nocivo podría ser el impulso gubernamental, por supuesto sin intención, a la trampa, el engaño y la corrupción.
El investigador Dan Ariely de la Universidad de Duke ha realizado varios experimentos para identificar bajo qué circunstancias el comportamiento humano tiende a la deshonestidad.
En uno de ellos, Ariely entregó un examen con 20 problemas matemáticos a un grupo de estudiantes. Les dio cinco minutos para resolverlo y les ofreció 1 dólar por cada respuesta correcta. Al finalizar el tiempo previsto, les pidió que contaran cuántos problemas acertaron, que llevaran su examen a una trituradora que estaba ahí y que luego se acercaran donde él para informarle el número de aciertos y recibir el pago correspondiente.
Lo que los estudiantes no sabían es que la trituradora había sido alterada, de manera que solo partiera los bordes de las hojas. Esto le permitió a Ariely determinar, después de haber realizado el mismo experimento con cientos de participantes en distintos países, que en promedio la gente tiene cuatro aciertos, pero reporta seis. Ariely aclara que no es que haya pocos grandes estafadores, sino muchas personas que estafan un poco cada una.
Para identificar cómo el entorno influye en la deshonestidad, Ariely ha repetido el mismo experimento con una variación: un estudiante contratado se sienta en la primera fila y a los 30 segundos de iniciado el examen dice en voz alta que ha resuelto todos los problemas. El investigador le entrega el dinero y le dice que ya se puede ir. Si uno está dando el examen, lo más probable es que aún esté trabajando en el primer problema y, por lo tanto, no dudaría de que aquel estudiante mintió.
Ariely encontró que en este experimento el número de tramposos y el grado de deshonestidad aumentaron significativamente. A su juicio, la razón es que los participantes sabían que alguien en su grupo timó sin sufrir consecuencias y, por eso, consideraron que el engaño es algo aceptable.
En el Ecuador existe la sensación de que las reglas no son las mismas para todos, de que la frenética acumulación de poder ha permitido que la voluntad prime sobre la ley, los contactos sobre los méritos y el dedo de los estados de emergencia sobre el procedimiento de la contratación común. A medida que más ciudadanos perciban que los contratos de Fabricio, la sentencia del juez Paredes, las oscuras relaciones económicas con la China y los privilegios del amigo de Cofiec son sucesos comunes y aceptables, mayor será el número de conductas sin apego a la ley o al menos a la ética. Corregir esa manera de obrar seguramente sea la factura más cara del correísmo.