La factura de los errores

Tanto se habló de la meritocracia, incluso con gran pompa se creó un instituto con este nombre, para demostrar en los hechos no solo errores sino mediocridad. Ejemplo concreto: las fallas detectadas en la aprobación de leyes y de la Constitución. Por ello los cambios permanentes en tan poco tiempo.

Una consulta popular en mayo del 2011 y hoy, en carrera contra el tiempo, para aprobar las enmiendas constitucionales que les permitan seguir en el poder y alterar las reglas de juego con las que se les eligiera en el 2013. Si hubiera respeto a los principios de su propio plan de gobierno desde el 2007, que condenara el caudillismo y cuestionara la reelección indefinida, que se convoque a una consulta popular para que sea el pueblo el que se pronuncie en las urnas o por lo menos si aprueban en la Asamblea, que las reformas entren en vigencia a partir del 2017.

El Código Integral Penal fue aprobado por la mayoría oficialista y puesto en vigencia en agosto del 2014, pero hoy se lo fustiga desde el Gobierno, sin asumir su responsabilidad al ser colegislador y que pudo ejercer el derecho al veto. Igual ha pasado con la Ley de Transporte Terrestre y se pueden citar muchos otros casos.

Lo más grave es que debido a la aguda crisis económica que se vive, en parte por el entorno internacional, la caída del precio del petróleo y la apreciación del dólar, pero también a causa del enorme gasto público que poco se reduce, se pierde la cabeza y se desafía a puñetes, luego de una retahíla de calificativos e insultos, que ha sido la tónica de estos casi nueve años de administración. Y pensar que esto es aplaudido por aquellos que están enceguecidos con el poder, aunque hay gente sensata que reconoce estos crasos errores, incluido en el oficialismo, aunque no puedan decirlo en público.

Es más dañina la expresión de odio que se ha sembrado con mal ejemplo y eso genera una respuesta de odio, que solo conduce a un mayor deterioro interno en las buenas relaciones que debieran existir, con tolerancia y respeto a las discrepancias. Ese es el ambiente que se cosecha y eso no hace bien a nadie. Al contrario, perjudica a todos.

La comunicación con expresiones de odio que descalifica a los críticos y al amparo de una ley punitiva se sanciona a unos medios de información y amenazan a otros, que se ven forzados a la autocensura. Las multas crecientes amenazan al trabajo independiente. Resultado: los ciudadanos afectados porque les toca seguir el único libreto oficial.

La crisis debe ser enfrentada con mesura, tolerancia y responsabilidad, sin perder la cabeza porque ya no se cuentan con los enormes ingresos del petróleo, que mal enseñaron al consumo excesivo y al dispendio en lugar de fomentar algo de ahorro, sin dejar de hacer las grandes obras que han sido destacadas, en especial las que tienen incidencia social. Es el momento de la sensatez para afrontar la crisis económica que agobia.

mrivadeneira@elcomercio.org

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