Uno de los rasgos más originales de este Gobierno es la curiosa dinámica que opera en su cúpula. Mientras el Presidente mantiene altas cotas de popularidad sus funcionarios sufren un rechazo generalizado. Las crisis, los casos de corrupción, las acusaciones de ineficiencia gubernamental dinamitan la imagen de ciertos personeros pero dejan incólume la imagen presidencial. El fenómeno es sugestivo y parece contradecir el principio del inevitable desgaste que sufren los mandatarios al cabo de cierto ejercicio. ¿Cómo entender este malabarismo, este auténtico acto de magia? Pensaría que el truco reside en los nuevos y -estos sí- revolucionarios códigos de comunicación del Presidente. La estrategia consiste en cultivar el contacto directo con las masas y mantenerse en permanente campaña, haciendo la veces de un candidato que critica los actos de gobierno o de un ciudadano que exige cuentas al Estado y reclama a ministros y oficiales como si no guardasen relación alguna con él. Si bien provoca verguenza ajena mirar cómo el Presidente zarandea a sus ministros y funcionarios de otros poderes, el falso mensaje es que la gestión pertenece a los funcionarios y no al Presidente. El método es muy efectivo para la imagen presidencial pero exige funcionarios sin respeto por sí mismos y dispuestos a soportar humillaciones y linchamientos públicos. Estos elementos configuran lo que se denomina el ‘factor teflón’ que protege al Presidente y permite que lo malo resbale y lo viscoso no se pegue.
El ‘factor teflón’ no es exclusivo de nuestro Mandatario; ha sido común entre varios presidentes autoritarios de izquierda y derecha. Si bien Chávez y Morales lo han cultivado con destreza, el maestro de maestros es Álvaro Uribe. Gracias a sus extensos programas radiales sabatinos y a la insistente propaganda oficial, Uribe construyó puentes directos con las masas que le garantizaron respaldo. Su estrategia de reunir en localidades remotas a los consejos comunales, increpar públicamente a sus ministros por la falta de obras o servicios y ordenar sobre el terreno pequeñas acciones que le convertían en héroe, originó un pernicioso poder que pudo ser limitado gracias a la robusta institucionalidad colombiana. En una entrevista concedida en octubre del 2009 a BBC Mundo, el ex candidato presidencial Camilo Restrepo señalaba: “Uribe tiene la habilidad de echarles la culpa de los fracasos y escándalos a los subalternos, pero capitaliza los éxitos para él”.
El ‘factor teflón’ y su peligroso poder prospera cuando no hay prensa libre o la que resta es incapaz de hacer las disecciones apropiadas y termina operando como una simple caja de resonancia. Prospera también cuando no existen instituciones sólidas y, muy especialmente, cuando no hay poderes independientes que exijan cuentas a sus gobernantes.