Abro el periódico obedeciendo a la costumbre de cada mañana. Las noticias giran en torno a la política, y los datos económicos tienen el fuerte acento con que el poder impregna lo que toca. Algún asunto sobre la sociedad y la cultura.
La opinión, con puntuales excepciones, se ocupa de las especulaciones electorales y de las idas y venidas, las vueltas y revueltas de los “personajes públicos”. Los temas internacionales destilan sangre y tragedia -Siria, el terrorismo, la Franja de Gaza, los desplazados, los desastres del clima-, y detrás de todo, asoman las orejas de los lobos de la dominación. Por allí anda Maduro, entre el abuso, el disparate y los pajaritos que adornan su farsa, o el peronismo eterno y caduco y sus jugarretas de mala clase. Anda Rajoy, atrapado entre las visiones cortas, la demagogia tercermundista de Podemos, la decadencia socialista y la autonomía de Cataluña. París asoma temerosa, rotos los vínculos de la confianza, agónica la esencia de lo que fue una sociedad democrática: el sentido de la libertad sin miedo.
Busco en la Internet. Es sustancialmente lo mismo, salvo los artículos de opinión de El País, ABC, y de algún otro diario que mantiene la vieja prestancia de sus columnas, esa que hizo posible que de los diarios salgan algunos de los libros de Ortega y Gasset, que fueron, y son, los signos de la inteligencia y de la sensibilidad del siglo XX.
La “Rebelión de las Masas” se publicó, a modo de artículos y de folletos, en un periódico ya desaparecido.
Con la televisión, no me atrevo: envenena la mañana o la noche, y sus estilos hacen irresistible la decisión de apagar el aparato.
Hay otros modos de enterarse. El problema, en el caso de la televisión, no está en lo que ocurre, puesto que es irremediable que el mundo esté hecho de dolor y estupidez. El problema es cómo se cuenta. El problema está en que la imagen ha reemplazado a la inteligencia, y que los espacios para la reflexión son nulos, que el espectáculo impone sus reglas en todo, hasta en la muerte; que la tragedia de los desplazados se narra como telenovela; que la política sea la interminable entrega de una serie de lo que sabemos como y cuando ocurrirá. En fin, en la TV, el ‘rating’ manda.
Pero la explicación no está solamente en los medios, que sobreviven en una libertad precaria. Está también en nosotros, lectores, televidentes y usuarios. El tema tiene que ver con nuestra renuncia a un mínimo de cultura y de crítica. Está en el malentendido de los escasos inconformes que creen que los textos deben apuntar a la excelencia y que los programas deben informar sin estrépito ni sesgo. Está en la altura en que vivimos nuestro tiempo. En fin, la explicación está en nuestro afán de consumir noticia, como se consume lo demás, con la misma ansiedad.