Charlatanes ha habido siempre. Hay los de alto coturno que reinan en los cócteles y prosperan en los salones. Gozan de credibilidad y son verdaderos referentes de las elites. Hablan de todo ante la concurrencia de los elegantes de ocasión. La retórica, entonces, se ajusta a la distinción que imponen la corbata a la moda y el traje italiano. Los asuntos sobre los que versan sus digresiones son, por cierto, de altura y, casi siempre, cargados de la pedantería de las cifras y del “conocimiento” del mundo. No hay tema que ignore el personaje ni secreto que no domine. Es, como dice el pueblo, un todólogo, versión disminuida del antiguo enciclopedista.
Hay los charlatanes de feria que anuncian, con megáfono y a voz en cuello, toda clase de pomadas y bebedizos para curar los males del mundo. Las plazas de los pueblos son su escenario; su público, los campesinos y puebleros que acuden a escuchar el sermón de los milagros. El discurso, salpicado de expresiones populares, es pintoresca mezcolanza de citas bíblicas, remedios caseros y consejos de comadre que aseguran la venta de pociones que, para el hombre de a pie, tienen virtudes sobrenaturales. La retórica obra allí como la magia. Y magia es lo que se ofrece.
El charlatán es una suerte de encantador en versión moderna, que ocupa lugar importante en la sociedad. Es personaje central de un mundo que vive de vender imágenes según los diseños que cortan los profesionales de la psicología de masas. La propaganda y el discurso electoral cumplen la función del hombre del megáfono en la feria del pueblo: apelan a las esperanzas de los clientes, venden ilusiones, suscitan expectativas y crean necesidades. La retórica ya no es anuncio improvisado; es una ciencia compleja que se ocupa de inducir las conductas para alcanzar el poder.
En la política es en donde ha adquirido plenitud la charlatanería. ¿No es el populismo una suerte de magia aplicada a los problemas de un país? ¿No están de moda los sahumerios para ahuyentar la maldad? ¿Cuál es la actitud del público, llamado pueblo, frente al encantador que vende humo y felicidad política?
Vivimos el tiempo de los charlatanes. La historia está llena de ellos y de las consecuencias que acarrea el verbalismo, la superficialidad y la magia.
La retórica, la mentira y la propaganda se han afinado de tal forma como armas destructoras de la sensatez, que, en todas partes, los esperpentos políticos gozan de salud y popularidad. La charlatanería prospera en todos los órdenes. La palabrería y el populismo marcan la deriva de los países latinoamericanos, y de algunos del “primer mundo”. Siguen los habladores diciendo discursos y vendiendo el humo de la felicidad. El último capítulo es el discurso de Maduro sobre la economía de la salvación de Venezuela.