El informe de Michelle Bachelet sobre la situación de Venezuela es una evidencia más -contundente y definitiva quizá- acerca de la destrucción de un país, de la sistemática liquidación de los vínculos sociales y de la agonía de los derechos fundamentales y las libertades. Es evidencia del empobrecimiento, la represión, las ejecuciones extrajudiciales, la inseguridad, y las causas de la migración de millones de seres humanos que huyen de su tierra.
Es la crónica de cómo el despotismo disfrazado de democracia puede arruinar una república, falsificar la historia y cometer toda clase de abusos. Y de cómo las “revoluciones”, camufladas de liberaciones nacionales, pueden instaurar dictaduras, perseguir a los opositores y al pueblo llano y, con la misma desfachatez con que mienten en cada discurso, dispararle en la cara a un estudiante y someter a las funciones del Estado. Y negar las evidencias.
El informe es un testimonio histórico terrible. Es una apelación a la verdad, y un gesto de honradez intelectual de Bachelet. Es una prueba fehaciente de lo que ha ocurrido con la aplicación de las recetas que la izquierda propuso en el Foro de Sao Paulo, en 1990, y de a dónde conduce la estrategia de manipular los regímenes democráticos para apoderarse de los estados, liquidar las repúblicas, dictar constituciones a medida de los caudillos, y hacer la revolución desde arriba. Chávez lo hizo, Ortega también, otros lo intentaron sin éxito.
Los resultados del método inventado por la izquierda totalitaria, liderada por Castro, están a la vista: Venezuela es el escaparate que muestra de cuerpo entero la “liberación nacional”. Es la evidencia del “pueblo feliz” bajo el socialismo del siglo XXI, de la economía liquidada por las expropiaciones, de la agonía de la sociedad civil. De la pobreza y la inseguridad.
Del informe se desprende un tema de fondo: el de los límites de la soberanía, entendida como el blindaje de un régimen que atenta contra las libertades. Las revoluciones han sido una constante en la historia latinoamericana. Todas ellas, a su tiempo, estuvieron protegidas por el fundamentalismo, la negación de los derechos y la propaganda, por la complicidad de algunos intelectuales y la ingenuidad, rayana en la tontería, de otros. El caso de Castro es paradigmático. Los de Chávez y Maduro se han convertido en episodio surrealista que mezcla la santería, los dólares del petróleo y la capacidad de manipulación del Estado puesto al servicio de los herederos del coronel.
¿Tiene límites la soberanía? ¿El soberano es el dictador, o son soberanas las personas que sufren el poder? ¿Tiene límites la falta de legitimidad de una dictadura? ¿Es la democracia un valor por el que se debe luchar, o es un argumento de conveniencias y complicidades?.