La estrategia y el discurso presidencial de los últimos nueve años se han dirigido a polarizar la política y la sociedad ecuatoriana. La intención ha sido dividir el campo social en bandos irreconciliables, no solo con posiciones políticas diferentes, sino con visiones del mundo e, incluso, estilos de vida distintos.
El Presidente, sábado a sábado, ha martillado esa visión ciertamente maniquea del país, en que todos aquellos que no piensen como él, no miren la realidad como él, no hablen como él, no lo apoyen, debían caer en el submundo de la mediocridad, de la partidocracia, de la mentira, del engaño, del pasado.
Quizá por la alta popularidad del Mandatario y sus repetidos triunfos electorales, muchos pensaron, pensamos, que esa perspectiva sesgada del país había calado en la ciudadanía y que, en realidad, la polarización había hecho carne en todo el Ecuador. Sin duda, muchos sí se tragaron la píldora y hasta en los almuerzos familiares del domingo aprovechaban la ocasión para asumir la posición de cruzados del proyecto oficialista y arremeter contra todo aquel que osara discrepar con el credo oficialista y cuestionar los logros de la revolución. Del lado contrario, la agresividad del discurso oficial generó en muchos ciudadanos posiciones similares desde la otra orilla. Aquello ocurrió y, posiblemente, sigue y seguirá.
Sin embargo, no podríamos decir que la sociedad ecuatoriana en su totalidad está dividida entre correístas y anticorreístas, a pesar de que el ego presidencial así lo quisiera. Más bien, existe en el país un amplio segmento de ecuatorianos, a quienes el discurso de división del oficialismo llegó muy poco y que no están dispuestos a pelearse, peor matarse, por o en contra de la revolución. Claro que muchos ecuatorianos sí están en esa posición, pero la polarización no define al Ecuador o lo define muy parcialmente, como sí, quizá, es el caso de Venezuela.
No soy encuestador y no me atrevería a dar números sobre cuántos ni quiénes son aquellos ecuatorianos. Es probable que la mayoría de ellos sean jóvenes, habitantes asiduos del mundo virtual, y que en total superen un buen tercio de la población adulta del país. Vale decir que gracias a ellos Rafael Correa ganó tantas elecciones en los últimos años y también apareció tan bien calificado en las encuestas.
Aquello debido a la bonanza, ‘boom’ de consumo y discurso antipolítico del Gobierno, sin que la lista 35 pueda considerarlos soldados de la revolución. Es más, se trata de una población no organizable, a la que no le importan las ideologías, detesta la política, vive su mundo y lo único que quiere es que no le molesten. Lo paradójico es que este grupo, que lo llamo de indecisos, apáticos y antipolíticos, será el gran elector del 2017.
Estará en su humor, en sus gustos y, especialmente, en la forma cómo le afecte la crisis económica, el fiel de la balanza entre el oficialismo y las opciones que presente la oposición.
El Ecuador, por suerte, es mucho más correísmo y anticorreísmo, y ahí está una clave de su futuro.
@cmontufarm