Cuando aparecen y reaparecen las preguntas y las encuestas sobre qué discos te llevarías a una isla desierta y cosas así, ‘Exile on Main Street’ (1972), el décimo disco de los todavía vivientes Rolling Stones, suele tener presencia obligada. A veces los asuntos de impuestos y los excesos de las drogas, por carambola o por azar, suelen resultar en obras de arte irrefutables. Este es justamente el caso del disco en comentario, relanzado en versión digital hace pocos meses (y esa es la coyuntura de este artículo, por si se lo estaban preguntando).
Vamos, pues, a los asuntos fiscales y sicotrópicos. Un poco antes de grabar este disco las autoridades inglesas ya esperaban echarle el guante a los Stones. Los músicos le debían plata a las mil vírgenes y, para escapar de posibles medidas judiciales, decidieron instalarse en Francia. Como no pudieron encontrar un estudio apropiado para grabar sus próximas canciones decidieron usar la villa que Keith Richards había alquilado cerca de Niza, llamada Nellcote (con las disculpas del caso, Nellcote con esa especie de sombrero encima de la “o” que usan los franceses, pero que yo no encuentro en este *#¡ [censurado] teclado). Para ese entonces Keith Richards usaba heroína con frecuencia y entusiasmo y no todos los miembros de la banda estaban presentes en las sesiones de grabación. Esto los obligó a labrar el álbum de una forma diferente y algo desordenada. Mick Jagger, por ejemplo, no siempre estaba presente para cantar. Así, el material francés fue llevado a Los Ángeles para agregar voces, pianos, bajos y un toque de gospel (tras la visita a una iglesia local).
Hay varias razones por las cuales Exile on Main Street es, más allá de sus aparentes desbarajustes y peripecias, un disco clásico e inigualable. Por un lado refleja – y complementa- perfectamente las diferencias entre Jagger y Richards: un Jagger reflexivo y explorador de formas musicales distintas, un Richards desarrapado, cultor irremediable del blues y del rock. Por otro lado – y este es quizá el punto de inflexión- fue Richards el que esta vez ganó rotundamente la batalla con su compinche y álter ego Jagger: el deleite de este disco radica, justamente, en su entrega indudable con el rock de barricada, con el estilo de trinchera que los Rolling Stones han patentado: el swing perfecto de la batería, la voz de Jagger en su esplendor, varias guitarras a la vez (incluyendo a Mick Taylor en el clímax de sus talentos). Los Stones que no tienen interés alguno en revolucionar el curso de la música’
Alguna vez leí en una crítica que si los científicos se empeñaran en descifrar el ADN del rock lo encontrarían en ‘Exile on Main Street’. ¿Se les ocurre algo más apropiado?