Juan Valdano es uno de los intelectuales más serios con que cuenta el Ecuador actual. Dueño de una sólida formación y un talento envidiable por su penetración, su solo nombre es una garantía de calidad en todo lo que hace, y para probarlo están allí sus libros, que cubren los difíciles territorios del ensayo, la historia, la crítica y la narrativa, siempre con incuestionable solvencia. De ahí que el solo anuncio de la aparición de una serie de 28 libros antológicos de la literatura ecuatoriana que han sido compuestos bajo su dirección, es una noticia que no podemos dejar de celebrar.
Desde luego, esta no es la primera vez que se ha realizado entre nosotros un esfuerzo de tal envergadura.
Para solo hablar de la segunda mitad del siglo XX (un siglo al que algunos aluden como “el siglo pasado”, aunque en más de un aspecto no ha terminado todavía), es imposible olvidar la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, editada en 1960 por la secretaría permanente de una conferencia interamericana que nunca llegó a celebrarse, y compuesta con la participación de los más eminentes historiadores y críticos de la época, como Aurelio Espinosa Pólit, Humberto Toscano o Francisco Guarderas.
Tampoco se puede olvidar la Colección de Cien Autores Ecuatorianos, que entre la segunda mitad de la década de los 60 y los primeros de la siguiente, fue realizada íntegramente por Hernán Rodríguez Castelo.
Y como no se debe echar en saco roto ningún esfuerzo por conocernos, tampoco sería justo omitir el registro de la colección ‘Grandes novelas ecuatorianas’, que hizo Editorial El Conejo en 1979, ni Antología de la Literatura Ecuatoriana preparada por Editorial Eskeletra en 2004, bajo la dirección de Jorge Enrique Adoum ni la colección de novelas preparada por Javier Vásconez y editada por el Municipio de Guayaquil en 2007 ni la de autores quiteños publicada el mismo año por el Fonsal ni tampoco la antología titulada ‘Ecuador de feria’, preparada por Raúl Vallejo y editada en Bogotá en 2011. En fin, se trata de un esfuerzo que no por ser tan reiterado es menos importante.
Alguien podría pensar que el valor de estas colecciones decrece en cada una, y que va perdiendo sentido el trabajo de repetir aquello que ya se ha hecho anteriormente. Pero no es así. Lo mismo que la historia de los pueblos, la de la literatura debe ser constantemente re-escrita, porque a medida que el tiempo va pasando (y lo hace actualmente a un ritmo acelerado, debido a las innovaciones que nos trae), nuestra estimativa del pasado va cambiando. El curioso que empiece a comparar el contenido de cada uno de estos trabajos antológicos podrá advertir que hay nombres incluidos al comienzo, y después silenciados, mientras hay otros que no dejan de repetirse, y a veces al frente de los mismos textos. Esa es la decantación efectuada por el más implacable de los críticos, que es el tiempo mismo. Solo aquellos autores que son capaces de sobrevivir a su tiempo son los que admiten ingresar al cielo terrenal de los inmortales.
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