Examen de consciencia

La Navidad y el Año Nuevo avivan los recuerdos, alientan las buenas intenciones y nos predisponen para la reconciliación; nos hablan de nuestra capacidad de ser mejores, más tolerantes, menos egoístas; terminan haciéndonos sentir incómodos porque, irremediablemente, siembran en nuestro espíritu un vago sentimiento de culpa. Lo compensamos, entonces, proliferando en abrazos y en deseos de felicidad y prosperidad que expresamos a familiares y amigos, quienes nos los reciprocan con idéntica autenticidad formal.

El gran escritor Tolstoi, en su extraordinaria novela “Resurrección” reflexiona sobre los aspirantes a reformadores que desean construir una sociedad más justa, y observa que pueden hacerlo de dos maneras: entregándose activa y directamente a ese trabajo, inmersos en la sociedad cuya transformación anhelan, proponiendo iniciativas entusiastas pero carentes de experiencia; o empeñándose en adquirir, previamente, la solidez personal necesaria para que su palabra no solo oriente y aclare el panorama, sino se yerga fuerte y creíble sobre los sólidos fundamentos de una vida ejemplar. Estos últimos ven, antes que los vicios sociales que desean modificar, las falencias propias, y se empeñan en combatirlas. Son, aunque no lo parezcan, quienes más eficazmente contribuyen a la marcha positiva de las sociedades. Su introspección les induce a la tolerancia y a la eliminación de prejuicios, lo que, paradójicamente, ejerce más influencia social que la más encendida oratoria o las leyes más visionarias. Francisco de Asís, con su ejemplo, transformó las sociedades de su época y entregó una nueva visión del mundo y del papel que le corresponde al ser humano. En la cara opuesta de la medalla, no son muchos, aunque si más visibles, los buenos líderes políticos que han influido en la transformación pacífica de las sociedades.

Lamentablemente, también hay demagogos que, con su prédica convincente, han dejado su marca en la sociedad, pero generalmente una marca nefasta y regresiva.

Esta temporada invita a reflexionar. La limosna simbólica que en diciembre se entrega al pobre que la solicita no es un acto de justicia social y, muchas veces, ni siquiera de misericordia, sino una manera de lavar la conciencia culpable de una indiferencia de once meses, sensibilizada a finales del año.

No todos los seres están llamados a dirigir una transformación social, pero todos podemos aportar para ello. Tolstoi nos relata el caso del millonario que ha visto la luz y dice: “Mi vida interior ha conquistado su libertad; ya no estará a merced de los acontecimientos; cada minuto de mi existencia tendrá un sentido evidente y profundo, en que podré inspirar mis acciones: el sentido del bien”.

Ojalá, para el Año 2020, todos los ecuatorianos recuperemos el “sentido del bien” .

jayala@elcomercio.org

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