El alcalde Jaime Nebot cometió un error grave esta semana. Insultó y agredió al juez que administra un juicio planteado a la empresa de agua potable de Guayaquil por un grupo de ex empleados. Creíamos que el paso de tiempo y la extraordinaria gestión en el Municipio guayaquileño habían hecho crecer la estatura política de este líder ecuatoriano. Al parecer, ese no ha sido el caso.
El exabrupto de Nebot nos trajo a la memoria aquellos tiempos del febrescorderismo -tan parecidos a los de hoy- cuando los asuntos públicos se ventilaban a carajazo limpio. Aquellos excesos del Régimen de Febres Cordero, del cual Nebot fue parte, hicieron que los votantes le negaran a este último la Presidencia de la República, a pesar de haber presentado -sobre todo durante su segunda candidatura- un plan de gobierno bien estructurado.
El exabrupto del alcalde es más censurable aún porque la delicada coyuntura política exige de los líderes ecuatorianos mucha calma, precisamente para no caer en el clima de confrontación que instiga el Gobierno. Con su actitud hepática, Jaime Nebot ha dado a la ‘revolución ciudadana’ abundante munición para impulsar su consulta popular y terminar de enterrar cualquier vestigio republicano que pudiera quedar en las instituciones del Estado.
Por la importancia de su cargo, por la relevancia de su liderazgo regional y porque la circunstancia del país así lo requiere, el alcalde de Guayaquil debiera pedir disculpas públicas por su desaguisado y trabajar en una estrategia de control de daños.
Disculparse y reconocer un error no es deshonroso. Si se lo hace de forma adecuada y, sobre todo, sincera, la sociedad ecuatoriana sabrá aceptar esas disculpas. Lo que no puede pasar es que este hecho sea ignorado por el alcalde guayaquileño, dando una imagen de desdeño o incluso de menosprecio por las leyes.
El alcalde de Guayaquil y su equipo de colaboradores deben entender que ahora está en juego mucho más que una disputa agria con un personaje -probo o no- de la función judicial. Nebot y los demás líderes que no comulgan con el proyecto autoritario de Correa deben alinearse en torno a un solo objetivo: reivindicar la política como un ejercicio que, por encima de todo, respeta las leyes y los debidos procesos.
Si se entiende el ejercicio de la política como un juego de poder al margen de la legalidad -como hace la ‘revolución ciudadana- en poco tiempo tendremos una sociedad incivilizada, sin mecanismos de defensa de los derechos y las libertades de las personas.
Volveremos a la época febrescorderista o quizá a una versión más perversa de aquella. Los líderes y políticos que actúan de buena fe no pueden permitir aquello y, menos aún, el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot.