Hace muchos años, cuando yo estudiaba filosofía en Roma, el profesor Van Haggens, un genio de la crítica del conocimiento, nos hablaba con entusiasmo de la evolución: cosmogénesis, biogénesis, noogenesis (cosmos, vida, pensamiento). Nos hizo comprender que la vida se resuelve en procesos que siempre afectan a la condición humana.
Ahora, cuando la experiencia define y orienta la vida más que las teorías, me doy cuenta del valor de los procesos que van marcando nuestra historia personal, trabajo y relaciones. Paseando por mi ciudad natal percibo no sólo cómo ha cambiado el urbanismo, el estilo de vida y la nueva cultura, sino también cuánto he cambiado yo mismo… Gracias a Dios no he vivido en las nubes sino pisando tierra. Después de unas cuantas travesías y de algún que otro naufragio me he dado cuenta del valor de la espiritualidad y de la empatía, tan necesarias en este momento evolutivo de la especie humana.
La capacidad de caminar con los otros, de convivir con ellos y de construir juntos algo bello expresan un nivel fundamental de humanidad. Somos humanos en la medida en que compartimos y podemos decir “nosotros”. Sólo entonces nos capacitamos para ser compasivos y transmitir a los demás la sabiduría. ¡Qué importante fue descubrir que podíamos dialogar y no sólo agredir! Entonces todo se simplificó y nuestro mundo emocional creció como la espuma. A pesar de ello no todo es sublime y maravilloso: el hombre puede ser bueno, generoso y compasivo, justo y solidario, pero puede también ser malo, egoísta y destructivo; puede abrirse a la experiencia fantástica del amor y de la comunión interpersonal, pero puede vivir encerrado en sí mismo, en sus neurosis y afanes de venganza.
Cuando lo que está en juego es nuestra condición humana tenemos que plantearnos seriamente cómo queremos vivir. Hoy, la cultura dominante nos envuelve, nos lleva y nos trae sin que nosotros opongamos resistencia. La partida la gana Narciso, que ve su imagen reflejada no en las prístinas aguas del lago, sino en el vidrio del escaparate rebosante de señuelos. Hoy mandan el dólar, el consumo y la satisfacción que da el poder… ¿Necesitamos algo más para estar bien? Sin duda que muchos dirán que no y que muchos más ni siquiera se plantearán la pregunta, pero otros muchos (los imprescindibles, que diría Bertol Bretch) se agarrarán al sentimiento de la búsqueda o de la nostalgia de una vida más humana y plena. ¿Será suficiente el progreso científico o tecnológico? Todo tiene su ambigüedad, incluidas las propias redes sociales, que hoy canalizan nuestras filias y nuestras fobias, en las que cada persona y cada grupo sostienen su propia verdad, mil verdades encerradas en sí mismas.
El estadio evolutivo que hoy necesitamos promover tiene que ser ético, humanista y democrático, espiritual e integrador, simbólico y constructivo, no diabólico y destructivo.