Acerca de la conmovedora imagen del niño sirio Aylan, muerto en la playa turca de Bordum y que sintetiza el drama de millares de refugiados, se han derramado regueros de tinta.
Pero la fotografía -que impacta por donde se la mire por su crudeza- viene a ser como el árbol que impide ver el bosque. Detrás de este se ocultan las causas de esa y otras centenares de muertes, así como los motivos de la avalancha de decenas de miles de personas, que literalmente asfixia al Viejo Continente.
¿Qué se descubre detrás del óbito de Aylan y del arribo de los refugiados a países europeos? Antes que nada, se detecta el afán de utilizarlos como una suerte de “forma de pago” por las intervenciones, directas e indirectas, de Europa -y en especial de Estados Unidos- en una serie de países, en particular de Oriente Medio.
La de EE.UU. y de Europa no es una intervención de ahora. Viene desde décadas atrás. Siria, Iraq, Libia son algunos de los ejemplos recientes. Allí, a sangre y fuego y con miles de desplazados a rastras, se ha tratado de imponer “la democracia a la occidental”, un sistema que difícilmente tiene cabida en una región afecta con las autocracias y los criticados excesos de estas. En todo caso, el mayor trauma para el mundo árabe continúa siendo la no existencia de un Estado palestino.
La de Europa y EE.UU. ha sido, además, una intervención directa o velada que, en los últimos años, ha permitido la consolidación de la milicia yihadista del Estado Islámico (EI), responsable de atrocidades y actos de barbarie, así como de la destrucción de patrimonios de la humanidad. Existen serios indicios de que el EI es una de las ‘criaturas’ creadas por el Tío Sam.
¿Qué hacer, entonces? Kinan Masalemehi, un niño sirio de 13 años, tiene una posible respuesta, la más lógica de todas. Él integra el enorme ejército de refugiados que ha desembarcado en un continente que no los quiere y ha dicho: “Por favor ayuden a Siria. No queremos ir a Europa. Siria necesita ayuda ya. Paren la guerra en Siria. Solo hagan eso”.