La crisis de los refugiados en Europa ya empujaba a la Unión Europea hacia su desintegración desde antes del 23 de junio, cuando encima impulsó el voto británico por el Brexit.
La crisis, y la consiguiente calamidad del Brexit, han dado sustento a movimientos xenófobos y nacionalistas, que intentarán ganar diversas elecciones próximas, entre ellas las nacionales en Francia, Holanda y Alemania en 2017, un referendo sobre la política europea de refugiados que se celebrará en Hungría el 2 de octubre, y la repetición de la elección presidencial austríaca el 4 de diciembre.
En vez de unirse y cooperar para resistir esta amenaza, los estados miembros de la Unión Europea se han lanzado a aplicar políticas migratorias centradas en sus propios intereses a costa de sus vecinos (como la construcción de vallados fronterizos), que aumentan la fragmentación de la Unión, perjudican seriamente a los países europeos y subvierten normas internacionales de derechos humanos.
La actual y fragmentaria respuesta a la crisis de los refugiados, cuya expresión máxima es el acuerdo alcanzado hace unos meses entre la UE y Turquía para detener el flujo de refugiados procedentes del Mediterráneo oriental, tiene defectos fundamentales.
En primer lugar, no es una política verdaderamente europea; el acuerdo con Turquía fue negociado e impuesto a Europa por la canciller alemana Angela Merkel.
En segundo lugar, está pésimamente financiada.
En tercer lugar, convirtió en los hechos a Grecia en una cárcel a cielo abierto, mal preparada para alojar a tantos refugiados.
Peor aún, la política actual no es voluntaria. La UE intenta imponer cuotas a las que muchos estados miembros se oponen tenazmente; obliga a los refugiados a radicarse en países donde no son bienvenidos y a los que no quieren ir; y devuelve por la fuerza a Turquía a los que llegaron a Europa por vías irregulares.
Es una desgracia, porque la Unión Europea no podrá sobrevivir sin una política migratoria y de asilo integral.
La crisis actual no es un hecho aislado, sino preanuncio de una época prolongada de mayor presión migratoria por una variedad de causas, entre ellas: las carencias demográficas de Europa y una explosión poblacional en África; conflictos políticos y militares sin fin a la vista en el contexto regional amplio; y el cambio climático.
El acuerdo con Turquía fue problemático desde el inicio. Se basó en una premisa fundamentalmente errada: que la devolución de solicitantes de asilo a Turquía respetaba las normas establecidas, cuando para la mayoría de los solicitantes sirios, y sobre todo después de la intentona golpista de julio, Turquía no es un “tercer país seguro”.