Hemos mantenido en esta columna, que para que los Estados Unidos salga de la crisis, debe implementar políticas que estimulen la demanda y el funcionamiento de los mercados.
El gasto público debe llenar el vacío que está dejando el gasto privado para generar empleo y retomar el crecimiento. Estas políticas pueden aplicarse en los EE.UU., un país con moneda propia, y con una institucionalidad fiscal consolidada que le permite aplicar políticas de estímulo.
El caso de Europa es distinto. Al centro del problema se encuentra la moneda única, el euro. Cuando entró en circulación, el costo del endeudamiento para los países del sur se ubicó a niveles ligeramente superiores a los de la deuda alemana.
Países como España comenzaron a experimentar un importante flujo de capitales que estimuló la inversión inmobiliaria y el consumo. Mientras la economía se expandía los salarios españoles comenzaron a crecer más rápidamente que los alemanes.
Cuando la burbuja explotó, la economía cayó en recesión y el desempleo se disparó. El crecimiento de los salarios españoles afectó su competitividad con relación a las economías del norte, especialmente con la alemana. Como no existe una institucionalidad fiscal centralizada para aplicar políticas de estímulo, la solución debe venir por otro lado. Podrían bajarse los salarios nominales ante la imposibilidad de devaluar por no tener moneda propia, pero esta medida no es posible. Podría implementarse medidas de ajuste para crear recesión y que los salarios bajen para ir de a poco restaurando la competitividad, pero esta decisión condenaría a España a mantener por largo tiempo altos niveles de desempleo, sería intolerable.
Por lo tanto, la alternativa sería que Alemania cambie de rumbo y pase de la austeridad a la expansión, permitiendo que la inflación suba para bajar los salarios reales y así alinearlos con los de España y demás países del sur.
Sin embargo, pedirle a Alemania aplicar una política que se traduzca en mayor inflación es ir contra el pasado muy presente en la mente de los alemanes. Pero no hay alternativa, Alemania es parte del problema y debe participar en su solución.
Simultáneamente, mientras se estimula la economía alemana se debe crear institucionalidad fiscal para unificar el manejo de las finanzas públicas de Europa.
Institucionalidad que debe unificar las políticas de seguridad social cuyos recursos serían administrados de manera centralizada. Se debería pensar en un impuesto europeo para redistribuirlo entre los países de acuerdo a sus necesidades. Finalmente, se podrá emitir eurobonos para financiar el gasto público. Una moneda única sin estos ingredientes simplemente está condenada al fracaso.