Si los inspiradores de la Unión Europea, entre ellos el francés Jacques Delors y el ex canciller alemán Helmut Kohl, así como todos aquellos líderes políticos que impulsaron la firma del Tratado de Maastricht en 1992, tuvieran que hacer un balance de la situación actual de Europa, seguramente se sentirían desilusionados.
El sueño de una Europa unida, sólida y fuerte, sustentada en una integración económica, política y monetaria, comienza a fragmentarse a raíz de la crisis que le afecta desde el 2008. No solo es Grecia, sino incluso Italia, España, Portugal y muchos otros están al borde de la recesión.
Las tasas de crecimiento dejan mucho que desear. A esto se suma los altos índices de desempleo que, en el caso de España, han llegado al 22% de la población económicamente activa, las altas tasas de endeudamiento y elevados niveles de déficit fiscal.
La salida de Grecia de la Zona Euro, pese a la ayuda recibida del Banco Central Europeo, es casi un hecho. Los recursos destinados a Grecia han caído en un barril sin fondo. Su economía no levanta cabeza y la persistencia de problemas estructurales hace prever lo peor. Lo grave es que, si no se actúa acertadamente y con prontitud, la crisis que afecta a Grecia podría acarrear serias consecuencias al resto de países de la Zona Euro, lo cual podría contabilizarse en varios miles de millones en pérdidas, asumiendo la peor parte Alemania y Francia. Si Grecia sale de la Zona Euro podría optar por el restablecimiento de su antigua moneda, recuperando el control de su política monetaria. Posiblemente esto incidirá positivamente en la competitividad pero significará un retroceso grande en términos estructurales. No obstante, esto significará para los países que se mantengan en la Zona Euro ciertas complicaciones en términos de movimientos de capital, productos y personas. Establecer limitaciones a la libre circulación de personas, productos y capitales provenientes de Grecia, será una posibilidad, que agudice aún más la crisis de este país.
La necesidad de unir esfuerzos, armonizar impuestos, priorizar el manejo fiscal con fomento de la competitividad y de la producción, choca con la realidad política que se vive en Europa. La política, la cual debería ser la alternativa para sacar al Viejo Continente de la crisis, conspira en contra del proyecto europeo. Corrientes nacionalistas que han tomado fuerza en varios países dificultan incluso que decisiones claves para superar la crisis puedan tener abrigo.
La idea de una Unión Europea unida, sólida y fuerte no va más. Si no se desmorona el proyecto comunitario por la crisis del Euro, podría mantenerse pero en otro escenario. La Europa de los países ricos y pobres. Es el costo de la crisis.