Los asuntos relacionados con la escritura alfabética llegan a tales extremos como que se la relaciona con la identidad de los pueblos, aquellos que dejaron una huella indeleble o los que se han mantenido en el plan de vencer todas las vicisitudes como pueden ser los iberoamericanos con su español.
De ahí que a mí sí me llegan hechos que los considero extraordinarios como el realizado por un monje armenio que en el siglo XIX le proporcionó a su pueblo un alfabeto con el que los suyos podían escribir y leer y por esta vía independizarse de uno de los elementos de la imposición rusa cual era la utilización del alfabeto cirílico. De ahí también que me parezca admirable la precisión que tuvo Daniel Carrión, héroe de la medicina andina, cuando tuvo que inyectarse exudado de la ‘verruga peruana’ para describir la enfermedad. De ella se contaba tan solo con esculturas antropomorfas prehispánicas: “Qué pena que no contaran con escritura”. Con tal recurso se hubiera podido conocer la evolución epidemiológica y clínica de aquella patología que diezmaba a los mineros de La Oroya.
En nuestro país, muy rico en lenguas y etnias, se están dando hechos que no son otra cosa que resultados de realidades imparables. Se hallan al punto de extinguirse lenguas nativas por no otra razón que el número cada vez más reducido de los que con ellas se expresan. Quedará tan solo el quichua o kichwa (kechua para los lingüistas peruanos) como el idioma que se hable en Ecuador muy distante por cierto del español que luego de muy poco lo utilizaremos todos, sin excepción. Que al momento el Estado se empeñe en proporcionarles a los niños indios de la provincia del Chimborazo (los más numerosos) una educación bilingüe, español y quichua, en su ciclo básico, puede que se justifique en el entendimiento de contar con buenos profesores, también bilingües, que neutralicen el desconcierto mental y psicológico que supone, de acuerdo a los pedagogos que han estudiado el tema, el pasar de un lenguaje materno oral a otro más desarrollado y que por añadidura utiliza la escritura alfabética. Aparte, claro está, que en el quichua hay elementos fonéticos como la ‘sh’ de la que carece el español. Ni cabría que a Pinsho, pueblo de la provincia del Tungurahua, se lo escribiera Pincho o peor Pinllo (como lo que decidieron algunos lingüistas porque no había otra salida) permitiendo de esta manera el defectuoso pronunciamiento de la ‘ll’. Este y otros problemas deben haberles quitado el sueño a los educadores de las escuelas rurales bilingües del Chimborazo y otros rincones de la patria. En todo caso, soy de la opinión que en no más de una generación habrán desaparecido etnias y lenguas y se habrá impuesto el español como el idioma utilizado por una sola nación, la ecuatoriana, como así constará en una nueva Constitución.