Corrían los años noventa del siglo pasado. En el Reino Unido se daban serias acusaciones de “mal actuaciones” de funcionarios públicos, en particular de parlamentarios británicos. El entonces Primer Ministro J. Major decide crear una comisión para analizar la problemática y recomendar medidas para enfrentarla. El resultado: el Informe Nolan (Normas de Conducta para la Vida Pública, 1994-1995), que toma su nombre de quien preside el comité, juez Lord M. P. Nolan. Al equipo se incorporan otros nueve miembros, entre ellos, un representante de cada uno de los principales partidos del reino. Clara demostración de madurez política.
Entre las consideraciones que hace el Informe encontramos una de especial significación. Lord Blake, historiador del Partido Conservador británico, sostiene: “(…) los escándalos financieros no son de ahora, pero algo ha sucedido más recientemente y pienso que puede estar relacionado en parte con un tipo de mentalidad de enriquecimiento rápido…”. En su momento se habló de que la situación llegó al punto de un “clima generalizado de degeneración ética, en el que los escándalos de tipo económico, político y sexual aparecen mezclados”.
Los resultados del Informe se resumen en siete “Principios de la Función Pública”. Así, tenemos al “altruismo”, que obliga a actuar de manera exclusiva por el interés público, evitando toda recompensa material o económica; éste va de la mano de la “integridad”, la ética en el ejercicio de un cargo. El tercero es la “objetividad”: no desnaturalizar la realidad para sacar provecho de la ocupación. El cuarto es la “responsabilidad”, que al decir de M. Weber es la ética del poder y la ética de la convicción. Este principio se relaciona con la “transparencia”, que constriñe al funcionario a justificar sus decisiones teniendo al país como norte de acción.
El sexto es la “honestidad” como sinónimo de limpieza moral en el obrar del burócrata. El deshonesto es “coprófago”, es decir “amante de los excrementos”. El último, y no por ello de menor importancia, es el “liderazgo” en función del cual el servidor público está llamado a ser un ejemplo a seguir, al compendiar los principios éticos anteriores. Hacer el bien y evitar el mal no es convencional sino natural.
Volvamos con M. Weber (El Político y el Científico, Alianza, Madrid, 2007). Hay tres cualidades a observar en el político: la pasión, el sentido de responsabilidad y la mesura. Y, dos pecados capitales: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad. La realización de valores no puede darse al gozar del poder por el poder, sin tomar en cuenta su finalidad.
En la teoría política moderna, la función legislativa juega un rol significativo en la “recuperación de la ética y moral sociales”, que debe ser racional y universal que gire alrededor del ser humano moral. Dada la trascendencia de los parlamentos como representantes directos del pueblo, cuando su ejemplo es deplorable, todo el conglomerado político lo será igual.