Una reiterada manera de enfrentar la realidad ha sido imaginarse y venerar en algunos casos a los personajes que se alzan contra las normas y los modos. La cuestión parece ser la de resistir la realidad pero desde una perspectiva del evasor, del que va contracorriente y que encarna a un grupo importante de personas que ven la imposibilidad de soñar un horizonte diferente que no sea por otro medio que el encarnado por el iconoclasta.
Estos personajes abundan en la literatura latinoamericana siempre tan propensa a entender la realidad desde una concepción contraria a la norma que generalmente ha sido escrita y sostenida o por un dictador o por un modelo social que impide adecuarlas a la siempre reinventada realidad social o económica.
Hoy tenemos varios ejemplos en Assange, Snowden, el soldado(¿) Manning o en líderes políticos a quienes no importan las incoherencias ni contradicciones que supone muchas veces explicar una realidad para la que no tienen otra forma de modificarlas que no sean sobre el disparate.
El líder político por este camino le hace mucho daño a la sociedad que carente de modelos institucionales de cambio se encarna en la vida de ese personaje atrabiliario al que poco importa la labor para la cual ha sido designado. No entiende la democracia como un estado de derecho porque profana el concepto al que califica como una invención de “la burguesía explotadora”.
Desarrolla así una labor de zapa constante y permanente contra aquello que afirma encarna el modelo que sumió a la sociedad en la pobreza y la desesperanza. Contraria a toda forma de realidad, gobierna el personaje no la persona. El iconoclasta disfruta de un modo de ser que dando formas de verosimilitud en realidad vive en la mentira y en las contradicciones de cuyos efectos se sabrá cuando la realidad económica lo desnude o cuando el discurso haya dejado de ser suficiente por repetido, por contradictorio o por inútil.
Las razones están en nuestros demonios internos y en nuestra incapacidad de aprovechar este extraordinario momento político, económico y social para crear las bases de sociedades más prósperas, educadas y respetuosas de las instituciones.
Nada de esto es del agrado del iconoclasta que arremete contra “el orden establecido” por considerarlo el sujeto de su acción política revolucionaria cuando en realidad se convierte en un defensor del status quo al que modifica solo la cadena y no el amo como diría un antiguo prócer paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia que cayó víctima de su propio carácter creando incluso una “iglesia católica apostólica y paraguaya” y cuya figura diera tantos argumentos para escritores de distinta tallas y volumen.
El personaje puede deslumbrar por un tiempo e incluso merecer alguna estatua pero cuando se observa la realidad es evidente qué persona eligió ser un iconoclasta para no hacer la tarea que debiera.