¿Cómo vamos a salir de la crisis actual, una vez que se levanten las restricciones a las actividades productivas?
El nuevo presidente y Asamblea tienen la responsabilidad de trazar una estrategia de desarrollo para las próximas décadas.
Hay que dinamizar al sector petrolero y facilitar la incipiente bonanza minera, dicen unos. Olvídense del extractivismo, el futuro del país está en el agro y la pesca, dicen otros. Hay que ir hacia industrias del más alto valor agregado, añaden terceros, y esa fue la estrategia correísta, que pretendió convertir a Urcuquí en un Valle del Silicón y a Yachay en la Universidad de Stanford. No hay que escoger. Puede procederse con las tres.
Augusto Pinochet con su ministro Hernán Büchi trazaron una estrategia de apertura económica, revirtiendo la sustitución de importaciones que hasta entonces caracterizaba a Chile. La inversión privada se volcó a lo que Chile podía suministrar al mundo: productos agrícolas, pesqueros y forestales. Simultáneamente, Chile procedió a la cabal explotación de sus abundantes recursos mineros.
Los ingresos extraordinarios producto de repuntes en el precio del cobre, Chile los manda a un fondo que sirve para emergencias. Así, cuando hay desastres naturales, que en Chile son tan frecuentes como en Ecuador, está la plata para atenderlos. A poco de montar esa estrategia, Pinochet deja el poder, y por varios períodos presidenciales seguidos en Chile gobernó la coalición de Democracia Cristiana y Socialismo, que eran su oposición. En un gesto de madurez, estos gobiernos mantuvieron la estrategia económica. Chile tuvo el mejor desempeño económico de América Latina por más de tres décadas.
Perú, con Fujimori, adoptó la estrategia chilena, y desde entonces Perú ha tenido un crecimiento espectacular. Ha desarrollado cultivos agrícolas gracias a irrigación en lo que antes era desierto. Buena parte de ese crecimiento se debe al despegue de la minería.
Hoy, los chilenos están descontentos. Es un fenómeno complejo, que no pretendemos esclarecer en esa columna, pero que tiene un elemento económico-social. El punto débil de la estrategia es que no favorece el desarrollo de actividades más complejas para la ciudadanía urbana. Lo que quiso hacer Correa en Urcuquí no es que estaba equivocado en el fondo, sino que quiso generar en un par de años un proceso que tiene un mayor periodo de gestación. Se requiere una mejora drástica de la enseñanza en todos los niveles, dotar al país de infraestructura de primera, crear un entorno atractivo a la inversión privada.
Hoy, que tocamos fondo, ¿no podremos acaso acordar una estrategia así, con tres puntas, un tridente, para asegurar el porvenir de nuestros hijos y nuestros nietos? ¿Para que nuestro pueblo no tenga que emigrar, porque en su patria no hay futuro?