Vivir hoy de espaldas a los jóvenes es, en todos los sentidos, un suicidio. Pienso en ellos, especialmente en los jóvenes lojanos y, por extensión, en los jóvenes de nuestro país, que viven, las más de las veces, perdidos en las distintas junglas que nos rodean, sin saber a qué o a quién agarrarse, a la deriva entre dos grandes corrientes culturales, la que maman en sus casas y la que la cultura globalizada les impone a través de los medios y de la tecnología. Casarlas y hacer la debida síntesis de mensajes, valores y experiencias, no les resulta nada fácil, Quizá por eso, porque no logran saber a quién pertenecen, cuestionan la pertenencia y se vuelven, ya no rebeldes (parece que la rebeldía es cosa de otros tiempos), sino indiferentes a nuestro mundo.
Pero no sólo… Lamentablemente, lo que está en crisis no es tanto la pertenencia cuanto la identidad, Hoy, ser persona en torno a la fe, a valores fundamentales, a opciones de vida claras y definidas, se ha vuelto, para todos los que acompañamos a los jóvenes e intentamos hacer con ellos procesos liberadores, un auténtico dolor de cabeza… Padres de familia, curas, maestros… nos preguntamos qué hacer para llegar al corazón de tantos jóvenes despistados y desubicados frente a las normas de una sociedad que difícilmente los entiende y de la que ellos mismos se sienten tan alejados. Con dedicatoria para nuestros políticos quisiera señalar lo que no deberíamos de olvidar:
1. Cuidar la familia, su unidad, su coherencia, su estabilidad.
Imposible parece que la planta crezca a la intemperie, azotada por los vientos, cuando no los vendavales. Un hogar disfuncional, desestructurado, lleno de violencia y de agresiones no es el mejor humus para vivir y crecer en paz. Los jóvenes necesitan un papá que sea papá, una mamá que sea mamá, necesitan amor, respeto, diálogo, perdón, fortaleza y ternura, humor y paciencia.
2. Potenciar un mayor compromiso en la calidad de la educación. No en una educación bancaria, que acumula y almacena datos, conceptos y reglas que, poco a poco, se vuelven obsoletas, sino en una educación liberadora que hace a las personas capaces de pensar y de dar respuestas críticas, es decir, de comprometerse con el mundo que las rodea. Una educación pluralista, no de discurso único, sino abierta a las diferentes cosmovisiones de nuestra realidad.
3. Recrear horizontes de participación: ciudadanos, sociales, políticos, religiosos, culturales y, muy especialmente, oportunidades de trabajo, de empleo, de realización personal y comunitaria. Conviene recordar que el sur también existe… Loja (y un montón de nuestras capitales periféricas) es experta en producir universitarios que nunca trabajarán en su tierra… ¿Y los excluidos de la universidad? ¿Y los que abandonan el bachillerato? ¿Y los adolescentes y jóvenes que en edad escolar, trabajan y no estudian, condenados a ser mano de obra barata durante toda la vida? Los hijos del desarraigo, con pocos horizontes de inserción laboral cualificada y poca esperanza a cuestas.