Hay días en que a las 03:00 mi teléfono celular suena. Es un mensaje de texto. Sobresaltada, en calidad de zombi, me boto de la cama para coger el teléfono y enterarme de la desgracia (en la madrugada los teléfonos solo suenan para anunciar desgracias). Pero nada de accidentes ni malas noticias, es solo el 6742 que por alguna razón inexplicable me timbra para decirme que el envío que he solicitado no se puede efectuar’ Entonces siento ganas de matar.
En el transcurso de una semana, el número 6742 de una de las operadoras de telefonía celular cuyo nombre no necesito poner aquí (ellos saben quiénes son y esto no es una vendetta, va más allá) me ha enviado siete de estos mensajes sin razón alguna: “Estimado Cliente, su saldo es insuficiente para el envio solicitado. Favor ingresar tarjeta para el servicio requerido” (sic).
Lo grave, además de las horas inconvenientes a las que llegan estos mensajes, es que yo no he hecho ningún requerimiento antes de que llegue el mensaje y tengo saldo suficiente para cualquier operación telefónica. Ah, y que además al parecer ya estoy suscrita a un servicio de noticias de música, que me cuesta 20 centavos cada vez que mi teléfono pita y, por ejemplo, me anuncia que Chayanne “encabeza el Top Musical para esta semana”. Todo porque no tuve la precaución de enviarle un mensaje de texto a 6742 con la palabra ‘salir’. Obviamente, la culpa es toda mía.
¿Por qué pasa esto? ¿Por qué en lugar de cliente ahora soy una mártir? Yo tengo una hipótesis: porque en Ecuador el consumidor solo tiene obligaciones y casi ningún derecho.
Por eso cualquiera puede enviarnos una factura cobrándonos por un servicio que no solicitamos, pero que debíamos especificar que no queríamos para que no nos lo debiten de la cuenta. Así de simple (y de abusivo).
Alguien me contó hace poco que le sucedió esto con el servicio de televisión pagada. Y a mí -ya ven que la suerte no me acompaña- hace unos dos meses me tocó regalar 30 y pico de dólares a una conocida tienda por departamentos del país, porque algún día llegó a mi casa (¡quién les dio mi dirección!) una tarjeta para consumir en dicho almacén; fue así como ‘adquirí’ una deuda de USD 1,50 por mantenimiento de tarjeta que creció exponencialmente por obra y gracia de la viveza y la desprotección al consumidor.
Quizá sea porque no saben que los consumidores somos personas y no solo nombres en una base de datos (que se usan indiscriminadamente). Quizá sea porque no tienen un gramo de ética. Pero lo más seguro es que a nosotros personas/consumidores nos pasa todo esto porque no hay nadie que ponga las reglas claras y las haga cumplir. Mientras alguien decide hacer algo, yo solo le pido al Estimado 6742 que tenga la bondad de olvidarse de mí, que me deje vivir (y dormir) en paz.