¿Tenemos derechos sobre el paisaje? ¿Las bellezas del país son solamente un lugar común de la propaganda? ¿Es el Ecuador un país hermoso? Me pregunto esto porque creo que nos estamos engañando, que hemos vendado nuestros ojos y amordazado la conciencia frente a la destrucción feroz de pueblos, ciudades, campos, cordilleras y playas. La nostalgia de lo que alguna vez tuvimos, de lo que heredamos, ha sustituido a la realidad que preferimos negar. Estamos construyendo, con perversa irresponsabilidad, un basurero y un esperpento.
Autopistas hay, pasos a desnivel también. Las viejas carreteras han cedido ante las modernas autopistas. Ahora se puede viajar casi a velocidad de crucero. Es verdad, hemos progresado en materia de obras y de cemento; hemos roto las limitaciones de la distancia, al punto que ahora no se conduce, se vuela, se llega pronto y se retorna.
Ejemplos abundan y no es asunto de negar lo evidente, ni de ocultar lo obvio. El “progreso” ha hecho su lugar en lo que fue un país limitado, modesto, construido en torno al camino vecinal, al pueblo chico, a la provincia. Ahora andamos con aires de metrópoli y asistimos asombrados a la explosión de rascacielos, palacetes y otras barbaridades arquitectónicas.
Entre tanto progreso, sin embargo, el paisaje agoniza por la sistemática agresión que sufre, y porque la gente, salvo excepciones, ni lo mira ni lo aprecia, ni le importa si mañana, donde hubo un espacio para recrear la vista, ahora hay un galpón espantoso, una chimenea humeante. A pocos les duele, de verdad, la quemazón de un parque y a la mayoría les tiene sin cuidado el cemento que nos abruma. A casi nadie le interesa la liquidación de los páramos, ni la vida de sus pueblos. El negocio justifica el estrepitoso mal gusto y la desaparición de los que piensan y viven de otro modo. El “nuevo riquismo” impone sus reglas y su cursilería, y descalifica a los que se oponen a la invasión, a los que se asustan de lo moderno, porque este es el tiempo de las conciencias anchas.
Se ha perdido “la estética del paisaje”. Da lo mismo el noble techo de teja, que el cajón de cemento. Se ha perdido esa estética, si la hubo, y eso explica que se deba tumbar los árboles que estorban y dejar tierra arrasada donde hubo la paz de un bosque. Pues sí, hay que acabar con lo viejo y olvidarse de lo antiguo. Hay que “dejarse de vainas” y emprender hacia el progreso, ganar plata y comprarse el cuatro por cuatro.
Hay que mirar los valles en términos de urbanización y entender que los ríos son desaguaderos, que para eso sirven, que las quebradas son depósitos naturales de desechos, que lo del paisaje es un cuento. Hay que ajustarse a los tiempos. Hay que mirar para otra parte, y… seguir hablando de turismo, de tortugas y de plata.